sábado, 16 de agosto de 2008

Un gruñido en la tormenta: Por Sutter Kaihn

Todavía puedo sentir ese pestilente olor a perro muerto, flotando en aquel galpón de paredes adobadas y pintadas con cal. No recuerdo bien cuantos tenía en ese entonces; creo que unos ocho o diez años supongo. Mi familia siempre tuvo la fama de ser muy numerosa, sobre todo la parte de mi padre. Como toda familia de campo, nos apoyábamos mutuamente para lograr que la cosecha rindiera sus frutos. Mi madre dirigía en la zona de los viveros, donde se cultivaban ocho especies diferentes de flores en modestos plantines. Estas después eran vendidas por los locales del conurbano bonaerense.
La floricultura, le servía de escape para las demás tareas pero después de aquella noche fatal, nunca fue la misma. A papá también le afectó bastante; mucho no desea hablar del tema. Primero, comenzó con las extrañas desapariciones de unos perros que solíamos tener. Después con algunos conejos y gallinas.
Naturalmente y como siempre, colocábamos las trampas para posibles alimañas… como comadrejas, ratas y demás cosas peludas. Lo más extraño, era que las desapariciones continuaban sin la menor captura, así que llegamos a pensar en la posibilidad de algo peor. Una persona maliciosa, claro. Por la zona abundaban los bandidos rurales, sin embargo hoy por hoy, la seguridad es muy distinta que en aquellos tiempos.
Siguen habiendo bandidos, pero en menor grado. La comunicación es diferente, todos tienen radios y teléfonos para que la policía o la gente de la fauna, intercedan con más rapidez. Esa noche de verano, se había puesto insoportablemente pesada. El calor que brotaba de la tierra, podía verse en la luz de la gran lámpara que pendía de un delgado poste de cemento cercano al gallinero. La ubicación de los animales, era bastante amplia como para albergar más de cien ponedoras en pequeñas jaulas.
Papá no quería que lo acompañase en aquella noche pesada y con el cielo a punto de diluviar. Unos enormes rayos, enloquecían entre las nubes negras y amenazantes. Sin embargo, me las ingenié para salir de la casa sin que mi padre me viera.
Tenía tantas ansias por saber quien o que, estaba saqueando nuestro sagrado gallinero. Me deslicé entre algunas plantas, pasando el tractor que estaba cercano en la parte trasera de la casa. Creí haber sido sigiloso, pero mi estupidez y el miedo a la explosión de un trueno, provocó que arrojara un balde de metal.
No sé por que… pero los tambores del cielo indujeron esa extraña magia, que afectó mi corazón con un terror desconocido. Algo tan poderoso que jamás nadie haya sentido.
El gallinero estaba más y más cerca, traté de escuchar si mi padre murmuraba alguna frase exitosa por haber atrapado algo, pero ni siquiera eso. Solo predominaban los truenos. La enorme lámpara se tambaleaba con el viento; la luz proyectaba varias sombras a su alrededor. Iba y venía sin cesar. Pude ver a mi padre que pasaba caminando con la escopeta en sus manos, gruñendo maldiciones y bordeando el galpón para hacer su vigilia incesante y desesperada.
Sin embargo como en todas las tormentas, la electricidad se vio afectada. No fue mucho problema para él, estaba equipado con su linterna. Traté de acercarme un poco más sin que papá me viese; pensaba en aquel momento, que podría recibir una paliza de su parte si me encontraba husmeando por allí.
De eso estaba seguro. Un sonido seco emergió dentro del gallinero. Como si el tejido de alambre, fuese sacudido por una gran fuerza. Las aves cloquearon y fue en ese entonces, que él decidió ir a por el ladrón. Gritó una orden de alto pero a cambio de eso, un profundo gruñido brotó de allí helando mi cuerpo.
El as de luz, se dirigió al último rincón del lugar y con la ayuda de la blanca electricidad de los rayos, proyectaron una figura monstruosa y enorme con orejas en punta. — ¡Fuera! ¡Fuera perro! — gritó mi padre. Pude notar que el tono de su voz estaba opacado por un lánguido terror, después de encontrar eso que estaba allí dentro.
— ¡FUERA TE DIJE, CARAJO! — reiteró y una detonación se escuchó por fin. El animalejo se quejó. Parecía ser un perro cimarrón bastante grande. Mi padre, salió por la entrada del galpón retrocediendo lentamente sin dejar de apuntar hacia dentro. Unas manos se posaron sobre mis hombros sorpresivamente; traté de gritar… pero ella me cubrió la boca rápidamente. Se trataba de mi madre, me había seguido cuando escuchó el ruido del balde, el cual arrojé por accidente. — No podés estar acá hijito. Dejá que tu padre se encargue… — susurró en la tormenta.
— ¡Norma, Antonito! ¿Qué están haciendo? — dijo mi padre y pude ver su rostro pálido y marcado por el terror. — ¡Váyanse por el amor de Dios! ¡TRABEN LAS PUERTAS Y LAS VENTANAS! — El gruñido, emergió otra vez parecido al de un motor de ocho cilindros. Mi padre se apartó de allí rápidamente, entonces vi esos ojos reflejados desde la alambrada. Unos ojos grandes y amarillos. Mi madre también los había visto y contuvo el grito con todas sus fuerzas. Otra detonación, hizo que el gallinero se revolucionara y la bestia bramó una vez más.
Pero para sorpresa de nosotros, el animal saltó con tanta fuerza que aplastó la alambrada tejida como si fuera de papel. Un cuerpo enorme parecido al de un oso y con abundante pelo, quedó agazapado en el suelo frente a nosotros con sus enormes ojos fijos y brillantes.
Era un perro mucho más grande que un San Bernardo o un Gran Danés; Más bien… parecido a un Ovejero Belga más grande de lo normal. Un perro enorme y negro, que despedía un olor increíblemente insoportable. Jamás había visto cosa semejante. Mi padre intentaba recargar la escopeta con más cartuchos, pero el pulso tembloroso se lo impedía.
El terror no lo dejaba obrar con libertad, pero así y todo no dejaba de quitarle los ojos de encima. Las primeras gotas cayeron cálidas sobre nuestras cabezas; después se convirtió en un aguacero pesado. — ¡Fuera bicho! — gritó mi padre con pánico y apuntó nuevamente. Las cosas se estaban saliendo de control para él.
Era la primera vez que lo veía así. Siempre tuve su imagen de hombre fuerte, que nunca demostró miedo ante ningún animal salvaje que se le cruzase. Pero esta vez no fue así… esto era nuevo para él. Para mi madre y para mí también.
Era algo que nuestros ojos jamás habían visto, pero eso no fue lo peor. Ese animal… lo que se suponía que era un perro salvaje, SE IRGUIÓ ANTE NOSOTROS adaptando una postura casi humana. Lo que parecía ser un enorme perro, huyó en la oscuridad de la tormenta… en dos patas.

Fin
18/12/06

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