sábado, 16 de agosto de 2008

EL llanto: Por Sutter Kaihn

Le había dicho a mi señora que la habitación del fondo en aquella casa, no me inspiraba mucha confianza. Pero ella la quiso igual.
Hacía un par de meses que nos habíamos mudado, y las cosas apenas estaban comenzando para nosotros. Felizmente casados, solo pensábamos en el futuro que nos deparaba. — Espero que se sientan cómodos aquí. —Dijo la señora que nos había vendido aquel viejo caserón. Decían que pertenecía a un caudillo muy importante de los años coloniales.
Sin embargo, muy bien conservada no se encontraba; tuvimos que hacer muchas reparaciones. Sobre todo las del baño y la cocina. Esa no es la peor parte… Solo estaba aquel desquiciado detalle que destrozaba mis nervios noche tras noche.
Ese llanto espantoso que escuchaba de vez en cuando, no nos dejaba en paz. Mi mujer con el correr de las semanas no soportó más, así que fuimos obligados en averiguar por donde provenía aquel llanto ominoso y desconcertante.
Parecía un maullido ahogado. Algunos sonidos también lo acompañaban; eran pequeños arañazos. El rastrillaje fue certero pero ni rastros de aquello que lloraba. Eso que no nos dejaba en paz, seguía su lenta agonía sin que pegáramos un maldito ojo.
A lo mejor fue por eso que aquella señora, nos vendió la casa tan rápido y sin trámites complejos. — Querido, yo no aguanto más. — dijo ella mientras trataba de tomar calmantes. — Entonces, la solución sería que nos mudemos… — dije convencido.
Pero era una casa demasiado hermosa para abandonarla; no queríamos darnos por vencidos. Nos quedaríamos hasta resolver el problema que nos acosaba.
Una noche no aguanté más ese maldito lamento; eran las tres de la mañana y aquellos gemidos destrozaban mis nervios lentamente. — ¡Basta por Dios! — grité desquiciado.
Caminé hacia la pared cercana a la cama, y golpeé sobre ella con mis puños para que ESO, callara de una vez.
Sin embargo por un momento, pensé haber enloquecido. — ¿Hay alguien ahí? — se escuchó del otro lado. Mis ojos se abrieron muy grandes, creí que estaba alucinando.
— ¡Sáquenme! ¡Sáquenme por favor! — dijo la voz ahogada.
Mi mujer despertó asustada; traté de tranquilizarla pero era en vano. Un ataque de histeria la cubrió cuan manto de arañas desquiciadas, que envolvieron con sus telas el cerebro de mi amada.
El llanto, pronto se convirtió en un grito. Eso fue la gota que rebalsó el vaso.
Fui al galpón del patio, saqué una masa grande que tenía, me dirigí nuevamente a la habitación y descargué golpes enloquecidos sobre la pared. — ¡CALLATE DE UNA VEZ! — vociferé demente.
Un pedazo grande cayó cerca de mis pies y allí estaba. Era una momia… un viejo y empolvado cadáver con un vestido antiguo de mujer. Para ser exacto, un vestido de sirvienta. Pero lo más escalofriante estaba en el fondo de ese ajustado hueco. Eran las marcas de los arañazos, señal de que ella había sido emparedada viva.

Fin.
4/9/07

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