sábado, 16 de agosto de 2008

EL oportunista: Por Sutter Kaihn

— ¡Dale forro, dame la guita! — expresó el ladronzuelo nervioso. El muchacho de la caja con movimientos bruscos intentó abrir el aparato, pero se le dificultaba producto de la conmoción. Él también estaba nervioso, trataba de no mirarlo mucho ya que recibiría una bala. — ¡Dale, apuráte! — insistió el mal viviente.
Dio la vuelta detrás del mostrador y le puso el arma en la cien. — Tiráte al piso y calláte. — Le ordenó.
— No me matés… — balbuceó la víctima, — lleváte todo, pero no me matés. — El ladrón metió mano dentro de la caja y como pudo, acomodó los billetes dentro de su bolsillo. Asomó la cabeza para ver si entraba alguien, pero por suerte no era la hora pico, así que decidió partir lo más rápido posible. Corrió como nunca; estaba seguro que el empleado había accionado la alarma silenciosa.
La policía vendría en cuestión de minutos. Cruzó la avenida, después llegó a la parada del colectivo cerca de la estación de trenes, y paró el primero que vino. No le importaba dónde iría, el tema era irse lejos. Pagó el boleto y se sentó cerca de la ventana, para ver si la policía estaba en su búsqueda.
La paranoia lo consumía más y más. El autobús no estaba tan lleno, igualmente no tenía mucha idea donde se bajaría. Solo quería estar lejos del lugar del delito, luego volvería tranquilamente a su casa tomando otro camino para despistar. Pasada una hora de viaje, el colectivo de pronto estaba más lleno así que decidió bajarse pasando las diagonales. “Tendría que ser en un barrio mucho más lejos” Pensó y cambió de planes bajando más adelante.
Salió de su asiento y trató de caminar hacia la puerta trasera. Intentó tocar el timbre pero había tanta gente atiborrada, que este no llegaba hacia el aparato. Lo estaban apretando. — ¡Permiso che! — dijo aún más nervioso y empujó fuerte hasta que por fin llegó. Bajó del vehículo y salió corriendo con la sonrisa en su rostro. Cruzó como cinco cuadras, bajó por dos calles más hasta que quedó en el umbral de una puerta. Ya cansado de escapar sonrió a duras penas; lo había logrado.
Era su primer robo y había triunfado. — Si hijo de puta… — exhaló cansado y metió la mano en su bolsillo con frenesí. Sin embargo, quedó paralizado con sus ojos muy abiertos, encontrándose con la sorpresa DE QUE NO TENÍA LA PLATA ROBADA. Solo encontró un papelito que decía:

“Ladrón que le roba al ladrón
Tiene cien años de perdón.”

Sus lágrimas brotaron de la bronca y la desesperación; parecía una broma cruel diseñada por el mismo Dios, castigándolo por su mala acción. Tendría que haber esperado alguna especie de milagro o algo así. No tendría que haber rodado ese dinero ya que un oportunista más hábil que él, le había sacado la salvación para su pequeño, quien estaba muriendo en el hospital por una afección cardiaca.
Aquel oportunista, había sido mucho peor. Aquel oportunista, bajó del colectivo mucho antes que el principiante y con el dinero robado, compró alcohol para pasar la borrachera en una plaza cercana y reír como un loco desquiciado.

Fin.
17/3/08.

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