sábado, 16 de agosto de 2008

EL Hedor: Por Sutter Kaihn (Diario Hoy)

— Hola nena, ¿de dónde venís? — preguntó la muchacha policía detrás del mostrador de la comisaría “La unión”. La niña se había perdido y eso se caía de maduro. Fue mucha suerte el haber encontrado aquel lugar, lo que no se sabía aún, era de donde provenía.
La pequeña, llevaba consigo una muñeca sin un brazo y sin su pequeño vestido. Ella tenía la mirada triste y carente de brillo. — ¿Dónde se encuentran tus papás? — volvió a cuestionar la muchacha, pero la niña seguía sin responder. Parecía haber salido de la nada. De un tiempo perdido y lejano, al cual uno podría perderse y vagar eternamente.
La pequeña, simplemente atinó a dar un par de pasos, y consiguió la ternura de la oficial dándole un abrazo terminando en un sollozo casi inaudible. — Ah, bueno, bueno… Pobrecita. — Se sorprendió la chica. — ¿Estás perdida? — pero seguía sin contestar. Entonces Leonor la llevó a la oficina para darle atención. — Jacinto, ¿no me cubrís que estoy ocupada? — le dijo a su compañero.
— ¿Y esa nena? — cuestionó él sorprendido. — No sé, apareció acá dentro. Ni idea de cómo llegó. — Ella la llevó hacia el escritorio y la dejó sentada frente a ella. La niña seguía con la mirada perdida. Le llamaba la atención el lugar donde se hallaba. Era nuevo, no era su casa — ¿cómo te llamás? — Volvió a interrogar, pero siguió siendo en vano.
La niña levantó la vista… de pronto había captado su atención. — ¿Cuántos años tenés mi vida? — La pequeña levantó su manita y le mostró cuatro dedos. — ¡Ah, muy bien! — se sorprendió Leonor. — Ahora vení que te limpio. — Sugirió y sacó un pañuelo para limpiarle la carita. Había estado llorando, también tenía un poco de tierra. Su vestido estaba igual de sucio, el abandono era inminente. — Y decime… ¿por qué te fuiste de tu casa? — volvió a cuestionar, pero la niña atinó a querer alcanzar los papeles del escritorio.
— Ah, querés dibujar. Bueno, un poco te dejo. Te voy atraer agua. ¿Querés agüita mi amor? — preguntó tiernamente y la pequeña movió la cabeza. Antes de ir por el agua, ella le acercó unos papeles y una lapicera, para que la perturbada niña pudiera distraerse un poco de la triste situación que la abrumaba. Caminó hacia la cocina, tomó un vaso y lo acercó a la canilla.
Antes de volver, el teléfono interrumpió sus pensamientos. Su compañero estaba allí. — Comisaría La Unión, buenas tardes… Si, que tal. Aja, si. Pero… No, no. Cla… No señora, lo que pasa que… No, no. Pero… — Leonor sospechó un momento y fue hacia el aparato. — Dejáme a mí, — dijo decidida y atendió. — Hola. Si señora, estamos en eso. Varias personas denunciaron lo mismo. Si, claro. ¿Ah si? Ok. Enseguida le mandamos un móvil, no se preocupe. Déjeme sus datos… Listo, muchas gracias. — Dijo la muchacha y colgó el aparato.
— ¿Qué pasó? — preguntó su compañero. — Esta es la séptima persona que denuncia lo mismo. Hace como una semana que reciben llamados anónimos. Parece que alguien, anda esperando que se ausenten para robar. Es la típica… Además, hay un olor fuerte por toda la cuadra, ya varios se quejaron también por eso. — Respondió Leonor y recordando a la niña, se dirigió con el vaso hacia la oficina.
La pequeña, aún estaba dibujando sobre el escritorio y cuando esta se acercó, sus ojos quedaron fijos en ella. Su garganta parecía estar pasando clavos y el vaso se estrelló contra el piso. — Jacinto, vení conmigo AHORA, — balbuceó la oficial. Su compañero la miró con más atención. — ¿Qué pasó? — Ella se acercó hasta la puerta y dejó otro policía a cargo de la niña. Su rostro se había colmado de tristeza. — Ya te digo, arrancá la patrulla. — En el transcurso del viaje, él notó que Leonor no estaba bien; una pequeña lágrima rodó por su mejilla. — Leo, ¿te pása algo? — preguntó él.
— Nada, seguí manejando. — Ordenó ella, y manejó largos minutos hasta que llegaron al lugar. — Es acá. La señora que llamó, me dio la dirección donde viene El Olor… — musitó entre dientes y tragó saliva. Respiró profundamente y contuvo el llanto. — ¿Olor? — preguntó su compañero.
La casa se veía solemne. Un silencio sepulcral y terrorífico, invadía la fachada con las luces apagadas… La puerta, parecía estar entreabierta. — que de ahí… viene el olor Jacinto. — quebró Leonor y bajando la ventanilla del patrullero, una ráfaga de pestilencia los golpeó.
Un espantoso Hedor de muerte, atormentó sus almas. Ella levantó el papel ante su rostro, mostrándole el dibujo de la pequeña. Una mujer yacía sobre una cama salvajemente mutilada, producto de incontables apuñaladas propinadas por el marido, quien también estaba muerto. Estaba colgando de una soga, bien sujetada al ventilador de techo.
— De ahí viene El Olor… de ahí venía la chiquita. — Sollozó la mujer con el corazón partido. Las llamadas anónimas, habían sido realizadas por la pequeña. Fueron llamadas al azar ya que con sus cuatro años… no sabía a quien recurrir.

Fin
20/3/08

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