sábado, 16 de agosto de 2008

Tarde... : Por Sutter Kaihn

El señor Emiliano Rojas, despertó de un largo y profundo sueño el cual hizo que su confianza se alterara de algún modo. — ¿Qué pasa? — se preguntó y tratando de llevarse las manos al rostro, sintió un fuerte dolor de cabeza. — Carajo… — se quejó. Lentamente, trató de buscarse alguna posible herida pero no halló nada. La oscuridad lo invadía.
— ¿Qué mierda pasó? — Volvió a cuestionarse pero vagas imágenes de su esposa, brotaron cuan manantial de excremento. Si, estabas a punto de separarte, esa maldita perra… Pensó. Emiliano trató de moverse pero extrañamente, ni un músculo de sus piernas respondían. Intentó hacerlo nuevamente pero descubrió con temor, que solo podía mover un brazo. — No... — susurró y pronto fue preso de la desesperación. — ¡Hija de puta! ¿¡Qué me hiciste!? — gritó y la imágenes volvieron. El día del casamiento, la luna de miel.
Los gratos recuerdos, que pronto fueron empañados por el facineroso deseo de poder que invadía la mente de su esposa. — Estabas conmigo por guita ¿No? — Se preguntó en la oscuridad, que seguía rodeándolo como una mortaja infectada de olores extraños.
Ya era tarde para sus caricias, tarde para seguir escuchando su dulce voz. Tarde para hacerle el amor…
Recordó su primer hijo, nunca fue tan feliz en su vida. Y el segundo también. Aquellos hijos maravillosos que Marcela les había dado con amor. ¿Fue por amor? ¿Me había hecho el amor? Pensaba pero sus pensamientos seguían un poco desordenados. Estaba cansado y con mucha sed.
Comenzó a delirar, al parecer era eso… delirios. Visiones, olores. ¿Sonidos? No, no los había. ¿Qué era aquel extraño vacío que lo rodeaba? — ¡Drogado! — gritó y notó que su voz resonaba extraña y potente. Era como estar gritándose a si mismo. — Drogado… — reiteró y tratando de tragar saliva, comenzó a reír.
Al parecer la droga propiciada, producía un efecto de ceguera temporal. Entonces resolvió que cuando se recuperara, iría a buscarla. Eso haría, pero quizás ya sería tarde. Recordó que tenía todo ese dinero en la cuenta del banco. ¿Pero cómo había sido la trampa? — Hija de puta… — murmuró pero su cabeza seguía siendo un balde de clavos.
Su mente daba vueltas y vueltas. — Fue en la reunión. — dijo y la foto de aquel tipo, se presentó como algo de mal agüero. Si, habría sido aquel que estaba con ella en la reunión de la oficina. El tipo que estaba tramitando el divorcio. La charla… y el vaso con agua, que le habían alcanzado cuando discutió con su mujer. Ella quería todo. Lo más lógico es la mitad, pero ella no… quería absolutamente TODO lo que él tenía. Las propiedades, el negocio, la plata del banco.
Marcela estaba llena de odio. Marcela quería venganza. Pero ¿Por qué? Entonces recordó. — ¡Ah! Fue por… — Se llamaba Alicia Velásquez. Muy bonita por cierto. Él la había conocido en un viaje de negocios, cuando trataba de vender una propiedad en la costa de Pinamar. La emoción de querer una aventura, lo llevó a cometer un acto de infidelidad que no estuvo mucho tiempo encubierto. Fue cuando ella encontró aquel mensaje en su celular.
Allí comenzó todo. Allí se dio cuenta que ya era tarde. Parecía que el efecto de la droga estaba cediendo, entonces se dio cuenta que la sensibilidad le estaba volviendo al cuerpo. A duras penas, pudo mover un poco su pierna pero topó con algo. Luego intentó mover su brazo y tanteó otra cosa más. No distinguía bien que era, pero a juzgar por su textura le pareció algo duro. Quiso respirar profundamente pero el aire… el aire. — Aire… — susurró. La pierna reaccionó y dio un puntapié. Después dio un golpe con su brazo ya con más sensibilidad, pero algo cayó sobre su rostro… ERA TIERRA.
— ¡Hijos de puta los dos! ¡Aire, quiero aire! — Gritó pero ya era tarde. Nuevamente echó a reír pero esta vez, la risa era más eufórica. Rió y rió hasta quedar sin fuerzas. Después, el llanto lo hizo preso de su locura producto por el fármaco. El pánico llegó hacia él como una ráfaga de pestilencias y bajo la luz de la luna llena, las lápidas y mausoleos quedaron bañados con aquel brillo espectral.
Sus gritos penetraron débilmente la tierra y el rocío de la noche. Sus manos buscaron aquel precioso aire que ahora se le estaba acabando. Sus ojos estaban hinchados. El terror finalmente lo poseyó y siguió gritando… golpeando, blasfemando. La locura.

Tarde Emiliano… muy pero muy tarde.

Fin.
3/3/08

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