sábado, 16 de agosto de 2008

Gritó tanto que...: Por Sutter Kaihn (Diario Hoy)

Fue cuando estuvimos en aquel invernadero, allí en las afueras de la ciudad platense. Era un campo bastante extenso, donde habíamos decidido ir con mi hermano Esteban. A él el campo mucho no le agradaba. Solo que debíamos visitar a nuestra querida abuela y siempre rezongaba por ello.
— Necesita ayuda a veces… — le dije para compensar su aburrimiento. — ¿Tareas de campo? Siempre las odié. — Se quejó Esteban en su afán de volverse a casa. — Dijo que nos esperaba en el invernadero, pero lo que me parece un poco extraño… es que el abuelo no salió a recibirnos. — Dije extrañado.
Mucho no le interesó a mi hermano; quizás no estaba en la casona, o fue de compras al pueblo. — Me da lo mismo. — Se volvió a quejar, — la abuela espera… — lo miré como desentendido. Esa mañana no sería como todas; algo presentía en Esteban. Por lo menos, a mí me parecía un poco extraño.
El invernadero se veía enorme; parecía bastante abandonado ya que la abuela, no había trabajado dentro de el por culpa de su vejez. Las hierbas sobresalían por la entrada, los pájaros entraban y salían como querían. Muy lindo no estaba, precisaba mucho trabajo duro. — ¿Te parece que tengo ganas de entrar? — Preguntó Esteban con las manos en los bolsillos.
— No sé, todo depende de cómo quieras a la abuela. — Dije mirándolo fijo, — yo la quiero… — Aclaré, — no sé vos que opinás. — él quedó pensativo, miró la entrada y se dirigió sin palabras. Allí dentro, estaba ella. Tenía una herramienta en su mano y la mirada casi perdida.
— Probé de todo… — murmuró entre dientes, — pero nada parece funcionar. El viejo también trató un tiempo, pero se hartó. Nada sale bien en este invernadero maldito. — Terminó por decir. Noté que la abuela no se sentía bien. — Dediqué tanto tiempo en este lugar, que olvidaba las demás cosas de la casa. No sé porqué este lugar ya no es como antes. Tenía tantas flores, tanta vida… y ahora está tan, pero tan muerto, — dijo la vieja tratando de arrodillarse y comenzó a remover la tierra con su herramienta.
Tratamos de acercarnos a ella pero sin previo aviso, notamos una lágrima que recorría lentamente su blanca mejilla derecha. — Hasta llegó a gritarme… — dijo con la voz gastada y nerviosa, — llegó a gritarme… gritó tanto que…
— Abuela. — Dije con dudas, — ¿estás bien? El abuelo no salió a recibirnos.
— Me gritó mucho. — Contestó sin escuchar y mientras seguía removiendo la tierra floja, una mano avejentada sobresalía de allí. Nunca dijimos nada de lo sucedido esa mañana. Jamás lo haríamos.
Amamos a nuestra abuela.

Fin
17/12/07

No hay comentarios: