sábado, 16 de agosto de 2008

El horror es belleza: Por Sutter Kaihn

Desde que había cumplido mis quince años, mamá siempre fue exigente teniendo esa obsesión por mí figura. El ser una modelo de la nueva juventud, nunca fue fácil para mi vida. Tampoco para ella.
Siempre estaba allí, cuidando los detalles más importantes. Eso quizás, marcó en mí un leve desequilibrio, el cual me hizo entrar al hospital psiquiátrico por un largo tiempo.
Ahora que más o menos logré sobrellevar el trauma, puedo contarles la real razón.
Ya no me preocupan las dietas… Siempre tenía que aguantarla: “No comas esto, no tomes de lo otro” ¿Habría sido el motivo, por el cual casi pierdo la frágil mente que manipula mi cuerpo? Ya no me interesa. Sinceramente, no creo que haya sido por eso. Ahora les cuento el porqué.
Recuerdo que mi cerebro quebró, después de haber cumplido los dieciocho años de edad. Mamá, se había preocupado en hacerme un regalo muy especial. Calculé que era una nueva dieta o simplemente, otra efectiva máquina para hacer ejercicios.
Tal vez maquillaje demasiado caro… No fue absolutamente nada de eso. Recuerdo muy bien lo que me dijo: “Hija, pronto tu regalo se hará descubrir”
Aquel fatídico día de mi nacimiento, se inició el lapso de un horror inimaginable para cualquier mujer. Mucho no había entendido lo que había dicho, sin embargo, esa noche sentí que me ahogaba; fue una sensación espantosa.
Al pasar los días por extraños motivos, tenía la sensación de cómo por arte de magia, mi cuerpo había bajado algunos kilos. Utilicé la balanza y pude corroborar, que había perdido peso. Primero me puse felíz, pero después… comprendí que era imposible.
Aquel día en vez de pesar 73, pesaba 56. Me pareció más que imposible, entonces me horroricé.
Y así pasaron las semanas, luego fueron meses. Mi cuerpo estaba cada vez más y más flaco; los huesos de mi cara se marcaban, al punto de parecer un cadáver viviente.
Todos pensaban que se trataba de una simple bulimia, pero se equivocaban. Yo había pensado lo mismo, pero si fuera así, después de las comidas tendría que haber vomitado varias veces… Y NO LO ESTABA HACIENDO.
Pronto descubrí, que mi vientre comenzaba a hincharse. Mi temor creció más que antes. Le rogaba a mi madre de ir al doctor, pero ella se negaba. Mi desesperación progresaba con el paso del tiempo, al sospechar que lo hacía apropósito.
Algo se traía entre manos. Después de un lapso de varios meses, “El Regalo” se hizo presente. Mi madre mientras yo me retorcía del dolor sobre el suelo, me contaba con suma tranquilidad que en los siglos anteriores, las mujeres más excéntricas recurrían a un animalejo muy particular para bajar de peso sin el menor esfuerzo.
Me arrastraba hacia el baño con fuertes dolores en la zona baja. Parecían puntadas hechas con una cuchilla y eran contínuas, espasmódicas. — Quizás es tiempo de que el cuerpo la rechace… Pero no te hagas problema, puedo conseguir OTRA. — Dijo ella con una sonrisa que en realidad, semejaba más a la mueca de una psicópata.
Utilizando todas mis fuerzas, subí al inodoro y sentí un insoportable dolor entre los glúteos. Dirigí mi vista hacia abajo y la sangre se hizo visible. Peor lo que siguió… desgarró mi mente.
Grité y grité sin parar; mi rostro se deformaba del dolor y el espanto, cuando vi ESO salir de mi ano. Era algo pegajoso y alargado que con movimientos convulsionados, se enredaba entre mis piernas.
Y esa cabeza… solo contaba con cuatro orificios. Tres de ellos parecían ser sus ojos y el que quedaba habría de ser su boca. Parecía una especie de parásito con forma de anguila.
— ¡¡Es una lombriz solitaria!! Felíz cumpleaños hija querida. ¡Felíz, felíz cumpleaños! — gritó la demente. Entonces vi que ya no era la misma; echó a reír. Reía y lloraba, pero no sabía si era del horror… o de la emoción de verme más flaca.

Fin.
4/10/06

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