miércoles, 28 de enero de 2009

¿Entiende por que?

Veía caer la nieve desde el techo y las paredes; es hermoso como se forman las estalactitas y algunas bolas de hielo. Fue como aquella vez cuando tuvimos que soportar la tormenta de aguanieve. Mis compañeros y yo, no podíamos sobrellevar el frío que consumía nuestra existencia de a poco.
Recuerdo perfectamente, como algunos caían entrando en la hipotermia, hasta la mísera muerte. La guardia me tocaba a mí en ese momento. No podía parar de tiritar, parecía que cada día me volvía más y más loco, porque ya no distinguía si tiritaba del frío o del horror.
Esa Isla… esa maldita Isla, tengo por entendido que ahora es del enemigo pero yo sé que siempre fue nuestra y por los siglos de los siglos. Dios… si tuviésemos otra vez la oportunidad, la vamos a volver a defender aunque no se si volvamos a ganar.
¿Entiende porque me encerré en aquel lugar? Yo no quería suicidarme… solo quería recordar.
Algunos no quieren hacerlo, bastante han pasado ya gracias a esos malditos, que pretendieron jugar una guerrita. No con soldaditos de plomo… sino de plástico, contra soldaditos de hierros candentes.
Ese frío nunca pude sacármelo de la cabeza, las imágenes de los muertos vivientes, nunca pude arrancármelas de mi mente. No puedo dormir… hace años que no logro hacerlo, porque siempre se presentan esos rostros helados y descoloridos.
Amoratados con las mucosas endurecidas, que resquebrajaban sus pieles; con los labios destrozados y los ojos en blanco. Tenían las manos y los pies negros… congelados; la sangre ya no les circulaba y no paraban de tiritar, de convulsionar.
La demencia los carcomía en cada segundo de esa mortal helada, a tal punto que uno de ellos cometió un acto que nadie se lo esperaba. Se llamaba Arnaldo, pobre de él.
Creo que fue el que más aguantó de todos nosotros; bueno la mayoría había muerto claro, pero quedábamos cinco.
Como no podía blandir el cuchillo de guerra, le pidió a uno de nosotros que lo hiciera por él, para QUE LE CORTARA UNA PIERNA. Antes de volver, se había cruzado con un grupo de ingleses y le dispararon hiriéndolo en el muslo derecho.
Naturalmente se infectó, no contábamos con los medicamentos necesarios. El enfermero hizo todo lo que tenía a su alcance, pero la herida se infectó irremediablemente.
La hambruna también ayudaba a que el pobre Arnaldo, culminara de entrar en la demencia; todos teníamos hambre… muchísima hambre.
Su pierna fue nuestra salvación por un par de días. Tratábamos de mantenerla en algún hueco con nieve o algo así, para que no se pudriera.
Creo que pudimos seguir en nuestro puesto dos semanas más, gracias al acto heroico de aquel insano compañero. Es por eso que los ingleses pensaban en "Como podíamos aguantar tanto sin alimento alguno y sin abrigo".
De vez en cuando, teníamos la orden de atacar en ciertos puntos estratégicos. Pero en realidad, nos hacían salir para disparar a todo lo que se movía en cualquier dirección. No creo que mucha experiencia nos haya quedado igualmente. Si al final… esta guerra fue tan mal lograda, que ya no me importa si nos vuelven a meter en la colimba para poder ver las "cosas nuevas" y todo eso.
Para estar al tanto y terminar de tener una basta experiencia militar.
Llegué a enterarme un tiempo después, que el enemigo experimentó el temor al vernos levantarnos en cada abatida. COMO LOS MUERTOS VIVIENTES, según decía uno de los ex combatientes ingleses.
Ellos no podían creer que a pesar de que caíamos como moscas, seguíamos saliendo de todos lados. No podía ser, que pasaban las semanas de frío y nieve sin resultados de que sucumbiéramos, y siguiéramos aguantando para volver a dar batalla.
Éramos salidos de una película de ZOMBIS y eso de alguna manera, los aterró. A mi medió risa que ese idiota mal nacido, haya dicho semejante cosa. Él no sabía nada de nada por todo lo que estábamos pasando. Si aguantábamos sin comida, era porque nos estábamos comiendo a los caídos.
¿Entiende ahora por qué me encerré allí dentro?
Igualmente yo nunca quise matar toda esa gente… fuimos obligados. Así como fuimos impulsados a comernos entre nosotros. Pero eso fue mucho más distinto; una cosa es una orden y otra es LA NECESIDAD de alimentarse y no tener un puto pingüino para cazar. O un pequeño zorro… o una gaviota.
¡Dios! ¡Cómo rezábamos para que apareciera un condenado lobo marino! ¡Ja, ja, ja, ja, ja…! Quizás habrá sido aquella noche, cuando tres de nosotros ya no daban más de la hambruna y se metieron sigilosamente, cerca de una trinchera enemiga.
Sebastián fue el que divisó un par de bultos, después del bombardeo que sufrimos en horas de la tarde. Debíamos aprovechar la noche, sin embargo, ellos podían vernos con visión nocturna.
El problema fue que nuestros compañeros, se arrastraron hasta allí para traer a la trinchera dos cuerpos ingleses, que sin querer murieron por las bombas de sus propios compatriotas. — Que delicia…— susurró Álvarez, mi camarada.
Un muchacho que siempre mantenía los ánimos del grupo, a pesar de la inhumana situación. — Este lechón lo hacemos a la parrilla. — naturalmente todos nos tentamos de risa.
— Eso es lo que son… unos malditos cerdos. ¡Chanchos hijos de puta! — mascullé nervioso y pude sentir, como la boca se me inundaba de una fría baba.
— No tendríamos que hacer fuego, nos pueden localizar — advirtió Martín, que había tomado el mando después de que al superior, le volaran la cabeza con una granada.
— Flaco, no quiero más carne cruda ¿Entendés? ¡Quiero asado de inglés ahora! —contesté con una mirada insana.
Creo que en ese entonces, había caído en las garras de la demencia. — Quiero prender fuego y lo voy hacer ahora — finalicé.
— Le recuerdo soldado, que ahora yo estoy a cargo del pelotón y si digo que no hay que hacer FUEGO, NO SE HACE ¡¿ME ESCUCHÓ CARAJO?! — Gritó el supuesto superior, pero no quería hacerle caso. Para mí todos los que estábamos en esa espantosa trinchera, éramos iguales. Unos espantosos cadáveres vivientes.
La ira me encegueció; no recuerdo que pasó después. Pero el sujeto que me había levantado la voz, apareció en el suelo lodoso de la trinchera, con sus labios más rajados que antes.
Mi mano dolía horriblemente, por el crudo y gélido ambiente. Eso quería decir que le asesté un puñetazo en pleno rostro. Pero si no lo recordaba… yo estaba en un serio problema.
— Hijo de puta ¿No entendés que tenemos hambre? — gruñí apuntándole con mi arma.
— Si dispara nos… nos va a… delatar soldado. — murmuró el otro congelado.
— Lucio, tiene razón. Este pelotudo dice la verdad. Si lo matás o prendemos un fuego para cocinar, no van a agarrar. Pensá en lo que vas a hacer, no seas gil. — Advirtió Álvarez con una voz angustiante.
De pronto, mis lágrimas terminaron por brotar desesperadas; todo se tornó tan confuso y agobiante. Mi cabeza estaba a punto de explotar, en un colapso psicópata sin retorno. Quizás terminaría por matarlos a todos y después suicidarme.
Ya no quería seguir en aquella pesadilla helada, una pesadilla que se prolongó muchos años y no terminará jamás.
Con el arma en la mano, me di la vuelta a punto del llanto sacando mi enorme cuchilla. Como se me dificultaba abrir el cadáver con una mano, hice a un costado la correa del Fal y corté el vientre anglosajón.
Terminé por llorar loco y hambriento. Después reía mirando el banquete que nos deparaba. De pronto, nuestros rostros cambiaron. Nos iluminaba un deseo enfermizo que parecía más resquebrajado, acentuando nuestros ojos y dientes purulentos con las encías negras.
Nuestra pálida piel, nos diferenciaba de simples humanos que viven en casas, manejan autos, pasean con sus parejas. De repente, nos habíamos convertidos en MUERTOS VIVIENTES. VAMPIROS…MONSTRUOS.
Hundimos nuestros dientes sobre el cadáver, degustando el sabor a hierro mezclado con una sutil repugnancia. La carne estaba casi negra pero no nos importaba; el deseo de comer era mucho más poderoso. La sangre, la carne… el alimento.
Alcé mi cabeza mirando la luna, con un cierto aire a demonio. Me sentía realmente poderoso. Como si fuese un lobo.
El líder lobo comiendo con sus camaradas, después de haber arrastrado un cadáver para alimentar al grupo. Algo escuché entre los gemidos de hambruna de mis compañeros; un sonido seco.
Un soldado inglés, estaba acechándonos y apuntándonos con su arma larga. Sin embargo algo distinto había en ese soldado; su rostro no mostraba un acto de valentía sigilosa. Ese rostro era de horror… de espanto.
Alcancé a ver que bajo de sus pantalones, despedían orina del terror. Sus manos temblaban y sus ojos desbordaban pavor, después de encontrarnos en semejante acto de fatal canibalismo.
Ni un solo disparo, solamente echó a correr desesperado con el llanto en su garganta. Creo que escuché entre la oscuridad de la tormenta congelada, algo como un ¡Oh mi God! ¡Help me! ¡Help me! Los muchachos y yo echamos a reír hasta que en un momento, decidimos movernos de esa trinchera para no ser descubiertos.
Era obvio que ese asustado muchachito, advertiría nuestra posición. No recuerdo como quedamos vivos. Al terminar la guerra, muchos de los que sobrevivieron no quedaron bien de la cabeza, eso supongo yo. Algunos pudieron sobrellevar esos recuerdos malditos, otros se suicidaron.
Yo por mi parte no quise olvidar esos banquetes tan sabrosos. La carne vacuna ya no me era lo mismo. Ni el pollo, ni pescado.
Creí haberme vuelto loco… si, puede ser. ¿Por qué no? No tuve mucha comunicación con mis ex compañeros de la guerra. Perdí contacto con mucha gente. Viejos amigos, parientes, vecinos.
No tenía trabajo después que la guerra, había terminado con un amargo sabor a derrota; soltero y cansado. Sentía una especie de abatimiento espiritual, debido a la falta de… no pensaba que fuera así pero, había algo que necesitaba.
Entonces comprendí. Era esa CARNE de la que yo ansiaba con tanta desesperación; Esos banquetes tan codiciados por la extrema hambruna. El ciego fervor de sentir el pútrido olor de la carne descompuesta semi congelada.
Con el correr del tiempo, después de conseguir trabajo en una modesta carnicería del barrio, sentía por momentos que mi vida pasada como simple persona, había vuelto de alguna manera. Pero esa sensación, volvía como una ráfaga de pestilencia. Como un agudo dolor mental.
Ese trastorno, termino por explotar cuando caminaba por el centro del gran La Plata. Ese sonido atravesó ni cabeza como una flecha encendida. Una voz en otro idioma… una charla entre dos TURISTAS INGLESES.
O quizás habrían de ser de EE.UU. eso no me importaba. Era el mismo idioma, el mismo sonido aborrecible que escuchábamos entre las trincheras, muertos de hambre y frío. Así que los perseguí y supe con mucha cautela, en que hotel estaban alojados. Tomé el autobús; me sentía agitado, desconcertado.
Pero después sentía ira, rencor… y mucha hambre. Llegué a mi casa y tomé el cuchillo más grande que tenía. Lo miré largo rato. Saqué la piedra de afilar y comencé a aguzarlo lentamente, siempre mirándolo fijo.
— ¡Qué mierda esta mirando soldado!
Se escuchó un grito fuerte y ronco, parecía ser una voz conocida. Me asusté por momentos, miré hacia los costados pero sabía perfectamente que estaba solo en mi casa.
— ¿Qué piensa hacer con eso soldado? ¿Rascarse el coño?
— ¡Señor, no señor! — contesté ofuscado.
— ¿¡Para que sirve ese cuchillo entonces!? — preguntó la voz enojada.
— ¡Para la guerra señor!
— ¿Y para qué más? ¿Para matar que cosa, pedazo de inútil?
— ¡¡SEÑOR, PARA MATAR INGLESES, SEÑOR!! — contesté con los ojos desorbitados y un nudo en la garganta, atascó mi respiración.
Así fue como empezó todo de nuevo y con el correr del tiempo, al fin han dado conmigo. Fui el famoso caníbal serial, que por fin han atrapado. El homicida de turistas ingleses.
¿Cuántos me comí ya? ¿Diez? ¿Veinte? Ha, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja…. Aahhajajajajaja… bueno. Al fin dieron conmigo, que se yo… Le explico por que me encerraba en el frigorífico de la carnicería donde trabajo, bueno… trabajaba.
Me encerraba dentro para recordar viejos momentos. Por eso lo hacía ¿Entiende por qué? Recuerdo la última muchachita inglesa que arribó a la ciudad de La Plata; la conocí cuando entró a comprar carne, donde yo trabajaba antes.
Muy bonita por cierto, sus cabellos rubios, su rostro anglosajón. Tan preciosa, tan refinada. Ella había venido a quedarse, porque estaba estudiando en la facultad de letras. No sé porqué lo hacen acá si allá hay buenas escuelas supongo… es Europa ¿No? en fin.
Me hice amigo de ella, nunca supo que estuve en esa maldita guerra. Claro que ustedes pensarán como un vejestorio como yo, podía salir con una bella señorita… no señor.
La cautivé por otros medios, digamos que fue para mí una especie de protegida. Como un Grandfather como ella solía decirme.
La noche que pude darle muerte, desollé su cuerpo dentro de la carnicería y para devorarla con más tranquilidad… me encerré en el frigorífico de las reces. Como lo había echo con los otros para recordar todo.
¿Entiende ahora Doctor? ¿Entiende por qué?
Fin



"el único infierno, estaba en mi cabeza puesto allí, por pensar demasiado en el pasado."
Pétalos al viento de Virginia Andrews