sábado, 16 de agosto de 2008

La Herencia: Por Sutter KAihn


Germán se había perdido. Definitivamente, nunca supo como manejarse dentro de un bosque tupido. Anteriormente, cuando era chico y vivía saliendo de la ciudad, los viejos paisanos le contaban que por la zona de Correa o Rauson, caminaba un misterioso anciano guardián de lo oculto.
Casi siempre no dormía, después de escuchar testimonios desgarradores; personas que no regresaban jamás y cosas extrañas encontradas en las cercanías de los pueblos, como amuletos y pedazos de… vaya a saber que cosa.
Nunca se sintió cómodo, después de escuchar aquellos relatos tan cargados de misterios y aparecidos. Pero se sentía mucho más incomodo, si se los contaban de noche.
Esa tarde, se había desviado bastante de su curso solo por perseguir un armadillo. El hambre lo carcomía desde temprano. Tuvo que partir de Capital Federal.
Su vuelta de la gran ciudad, se debió a la enfermedad de su madre. Esto lo obligó a llevarle remedios a la pobre mujer. Siempre llevaba una onda que tenía desde niño cuando paseaba por el campo. Fue un regalo de su padre cuando cumplió once años. Igualmente, su puntería no fue buena hasta cumplir los veinte.
El armadillo había quedado herido, pero emprendió su fuga con maestría aun en ese estado. Cuando terminó el rastreo de unos veinte minutos como, encontró el animalejo herido junto a los pies de… lo que parecía ser un viejecito.
Sus vestiduras, no aparentaban ser muy actuales que digamos. Solo una suerte de manto emparchado con distintos trozos de telas y una capucha bastante amplia, al estilo del medio evo.
El perfil, terminaba con una sucia camisa y alpargatas bastante desgastadas; el muchachito lo miró fijo y procedió a saludarlo con amabilidad. El anciano hizo lo mismo, pero extrañamente, no dejaba de quitarle la mirada al pobre animal herido, por el hondazo del hambriento citadino.
Lo levantó del suelo y ante la atónita mirada de Germán, con sus arrugadas manos, le curó mágicamente. Naturalmente, el muchacho se sorprendió al ver semejante acto de incomprensible milagro.
El viejo, le dijo que se llamaba Juan. Pero la gente, antiguamente lo apodaron “el Caburé”. Le preguntó si estaba hambriento y él respondió que si con más asombro. El viejo Caburé lo invitó a comer y este aceptó con gusto, pero le explicó que no debía de tardarse mucho. Su madre estaba esperando los remedios que tenía que entregarle.
La casa del anciano, no pareció estar muy lejos. Habían llegado rápido, a pesar de haber entrado a las enormes malezas y otros árboles enredosos, que dificultaban bastante la visión.
Cuando llegaron, este le ofreció entrar en una casucha decaída. No era mucho, pero el refugio contra el frío estaba bien; había una salamandra encendida con carbón y sobre ella, una caldera mediana con supuesta comida en su interior. Era un recipiente de metal fundido, como las que antiguamente, utilizaban los druidas o las brujas. Eso a Germán, le llamó bastante la atención.
Disimuladamente le preguntó de donde la había adquirido, pero el viejo, se limitó a seguir revolviendo su contenido espeso y misterioso. Le sirvió comida y así pasaron las horas. Sin embargo, Germán sabía perfectamente que era hora de volver a la casa de su madre, pero por una especie de embrujo desconocido, sentía que no quería irse.
No dejaba de escuchar aquel anciano tan sabio, tan curioso.
Sus palabras, adquirieron un extraño peso en sus ojos, en su mente. Deseaba más información; sus ansias de seguir escuchándolo, lo atrapaban como una enorme garra invisible sin dejar que se moviera de su lugar.
Comía y lo escuchaba. Bebía de su vino que por cierto, era dulce y tan refinado como el que se utiliza en las misas.
Entonces, el anciano se levantó del lugar y le trajo un enorme libro grueso y empolvado. Germán ya no distinguía la noción del tiempo; solo prestaba oídos al vejete, que lo envolvía con su poderosa prosa maléfica, salida de aquel extraño libro.
El idioma al principio no se entendía mucho, pero a medida que lo seguía escuchando con atención, las palabras mágicamente se aclaraban y su cerebro comprendía todo. Sin que lo notase, todo lo que el Caburé leía… se entendía a la perfección.
Era como si algo lo poseyera para poder entender y… aprender. Por sobre todo eso, aprender del maestro.
Su mente, volvió como una ráfaga helada sobre su nuca. Su cuerpo estaba distinto y su mente, daba giros incalculables. Se sentía sumamente mareado. Sus ojos ardían y las manos le temblaban.
Cuando quiso acordar, miró el bolso con los remedios para su madre y llevó sus manos al rostro. Sin embargo, notó algo escalofriante. Su barba había crecido en forma impresionante — ¿Cuánto tiempo estuve aquí? — Se preguntó aterrorizado.
Dirigió la mirada al anciano…y comprendió que por el hedor pestilente, estaba muerto.
Sin embargo, Germán sabía todo. Los hechizos, las fórmulas de pociones y demás cosas importantes, para ser el mejor hechicero de magia negra y blanca. Entonces, lo único que pudo hacer en aquel momento después de despertar, fue quedarse a vivir en aquella casona derrumbada por el tiempo maldito.
Ahora sería su morada; ahora él… había heredado los poderes y la sabiduría del brujo.

FIN.
15/8/06

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