lunes, 8 de septiembre de 2008

estos son fragmentos de mis tres novelas basadas en una saga, soolo estan el primer capitulo de cada uno, espero que los disfruten...

ADVERTENCIA:ESTOS SON FRAGMENTOS DE MI SAGA, SOLO ESTÁN LOS PRIMEROS CAPITULOS, EL RESTO SALDRÁ A LA LUZ SI ES QUE LLEGO A EDITAR MIS LIBROS.SALUDOS DESDE LA TUMBA!!-------------------------------------------------------------------------------------------------------------
El Sabannaht Del Río de La PlataPor: Sutter Kaihn

Dedicado a mis abuelos, q. e. p. d, y a todos mis conocidos que alentaron mis más retorcidas ideas, para así poder lograr esta obra literaria. Gracias también a todos los que se prestaron por colaborar en la corrección. No todos los personajes son reales en esta historia, pero algunos, tiene sus nombres alterados para reservar sus verdaderas identidades. Las situaciones de esta obra que puedan tener algún parecido con la vida real del lector, es pura coincidencia…
Sutter Kaihn 2003

Pequeño prólogo
(Comisaría cuarta de la ciudad de La Plata, dos de mayo del 2003)
— Oficial, sé que usted no me va a creer ni una palabra de lo que digo... pero es verdad. Permítame contar lo que paso, permítame explicar todo. Yo acá tengo pruebas, si quiere ojearlas o quedársela mejor, porque yo ya no quiero saber más nada con esto... puede quedarse con el arma también. Lo único que quiero, es estar en mi casa y olvidarme de todo pero no puedo.¡¡Sshhh!! Silencio. ¿Ve? Me parece que todavía esta, por acá... no se. ¿Lo escucha? Es él. ¡No, no estoy loco! Pasa que me dejaron este regalo y no me gusta, pero ya me voy a acostumbrar… si no me mato antes. Yo sé que todavía está dando vueltas, pero lo mandé a un lugar donde no va a molestar más. Ahí tiene que quedarse ¿Entiende? Quiero saber algo... ¿Nadie tiene un grabador por acá? Me gustaría que se queden con este archivo hablado, porque esto va a ser largo de contar ¿Usted tiene uno? Que bien gracias ¡Ah perdón si los pongo nerviosos porque miro mucho la ventana! No me acostumbro todavía en saber que lo mande al infierno... Ja ja ¡JA, JA, JA, JA! ¡AHH!.. AAM. Perdón, es que a veces me voy de mi y me... voy ¿Entiende? No soy yo. Hay algo que todavía me controla. Bueno, voy a empezar ¿Alguien me convidaría un cigarrillo? ¿Son negros? Que bien... gracias. A principios de diciembre cuando comienza el verano, tenemos la suerte de poseer con nosotros el flamante Río de La Plata, lo cual nos permite sacarnos un poco el calor. Más cuando comienza el nuevo año donde la situación es terriblemente insoportable, con poco dinero, la gente intenta su veraneo en esta gran fuente de vida animal y vegetal. Pero no todo es color de rosa. Muchos deben saber, que el río de La Plata tiene una peligrosa característica, y esa es la de ser muy "traidor". Muchísima gente fue desapareciendo aun sabiendo nadar muy bien. Viejos, jóvenes y chicos. Sobre todo en la parte de las piedras, donde estaba el antiguo muelle; casi siempre en noche, es cuando ocurren las desapariciones. Lo que pasa que el río, es lo contrario al mar. Uno no deriva hacia la costa así que termina por morir ahogado. Además de poseer agua dulce que no es pesada como la marina, la persona no puede flotar mucho y de la mayoría... pocos han aparecido recientemente en un estado repugnantemente macabro. Hubo veces que solo encontraron "piezas" exhibidas, sobre determinados lugares extraños por decirlo así, pues nunca hallaron al responsable. Los días, los animales y otras cosas, se volvieron extrañas por causas de fuerzas desconocidas. Fueron... situaciones donde ya no se distinguía entre lo real y lo irreal, hasta el punto de la locura. Todo fue tan chocante. Todo me pareció tan desquiciado y enfermo… pero aun así, no sé por que me atraía. Uno sabe que es muy peligroso hacerle frente a las fuerzas oscuras, y digo fuerzas de todo tipo. Esto comenzó con una simple tontería, que se tornó en una situación muy espesa. Testimonios desgarradores, fueron los que me impulsaron aumentando mi curiosidad, y con el transcurso de esta historia que les voy a relatar, verán la más espeluznante y aterradora experiencia por la que yo he pasado. Esas cosas que a uno, solo le suceden una vez y que nunca más volvería a intentar… jamás.

"Yo pude alargar mi vida a través de mi espíritu. Él...Lo hizo con las fuerzas de las tinieblas”
El Pai Alfredo.

Capítulo 1:“Interesante testimonio y el primer ataque”

Sonaba el radio despertador, un domingo a las seis de la mañana. Mi viejo me despertó con un mate, entonces salté de la cama y me vestí con ropas livianas. Una remera, pantalón de ejercicio y zapatillas negras de lona. En la cocina, estaban pasando un programa de pesca radial que escuchamos siempre, el cual nos informa si va a ver pesca o no. Pero eso depende de cómo esté el río. Anunciaban un tiempo bueno, el río crecido. Bajante para el medio día y un buen calor, para que los peces estén activos en busca de comida. Cargamos todo en el auto y nos dirigimos a buscar a Lisandro. Es el novio de una prima que tengo, y es fanático de la pesca como nosotros. Tomamos el camino hacia Berisso. La idea, era poder ir a pescar a la " Isla Paulino", lugar paradisíaco en la costa, que tuvo la suerte de haberse transformado en un lugar turístico, la cual acude mucha gente en verano. Se entra por un canal bastante ancho, rodeado de amplia naturaleza acuática con una rica fauna y flora. Los tres, compramos un boleto para cada uno y fuimos en una lancha para veinticinco personas; con una suave pero no tan lenta velocidad, observábamos maravillados el pequeño paraíso junto con las casas de los isleños. Algunas estaban abandonadas y otras, daban un aspecto de alegre bienvenida, mientras que las personas del lugar nos saludaban cálidamente. Antes de llegar a destino se podía escuchar la cumbia de fondo; era una clara señal de que había bastante gente. Bajamos de la lancha y nos dirigimos hacia un lugar menos ocupado; se trataba de una modesta parrilla que se llamaba "El Faro". Reservamos una mesa para así poder almorzar al medio día. El tema de la pesca, tendría que ser en algún lugar más apartado. Le fuimos a preguntar al dueño donde podíamos ir; en realidad... mucho lugar no había así que fuimos hasta el fondo, donde quedaba un viejo faro totalmente oxidado, pues sus escaleras y demás hierros que rodeaban la gran estructura, hacia tiempo que no se usaban dando un aspecto bastante tenebroso y desolador.Eso se veía a lo lejos. Tuvimos que pasar por un camino, que se tardaba media hora para llegar al espectral faro. Comenzamos a caminar. Eran ya las nueve de la mañana y el calor empezaba a aumentar; insectos había y en grandes cantidades. Estábamos ya la mitad del trayecto, pero se presentó un pequeño problema. Tuvimos que pasar por un par de troncos atravesados sobre un arrollo, el cual daba hasta un profundo canal; por allí cerca del faro pasaba un antiguo riel, donde funcionaba una zorra.Era el instrumento de carga para los barcos, porque antes se encontraba un puerto. Entre tanto, el muelle con las continuas sudestadas y el abandono, quedó totalmente destruido. Solo se veían las piedras y los gruesos palos cubiertos por las colonias de mejillones de río.Faltaba poco para llegar y los mosquitos ya me estaban volviendo loco.— ¡Viejo! ¿Falta mucho? igual estoy seguro que esta lleno de gente... — me quejé.— No, falta un poco más — contestó inherentemente.— Che ¿El repelente? — pregunté.— Fíjate en el bolso que te dejé uno.En un segundo y de la nada, cayó una persona encima de mi amigo. Fue una inesperada situación; se trataba de un viejo isleño del lugar, que salió desde la espesa vegetación gritando incoherencias. Se mostraba como una cosa arqueada de artritis, usando ropas pasadas de moda totalmente descalzo; estaba flaco y presentaba una herida en la frente bastante profunda, donde podía verse el hueso del cráneo. Mientras que su rostro desfigurado por una parálisis facial estaba cubierto de sangre. Con la desesperación, Lisandro quería sacárselo de encima pero al tomarlo de los hombros, horrorizado contempló detenidamente como su ojo derecho estaba desorbitado. Parecía que se le iba a caer. El sujeto totalmente borracho, se apartó de él y zigzagueando siguió su camino murmurando:
Al agua no... Que no me lleve... al agua no.
Mi Padre Daniel, lo miró con pena. — Pobre, apenas puede caminar— musitó. Lo miré con extrañeza. — Si, estaba convertido en una bolsa de papas el hombre —dije saliendo de la sorpresa.— ¿Pero con qué se golpeó? ¿No viste como tenía la frente? — comentó Lisandro aún un poco consternado después del incidente. Seguimos el camino tratando de despreocuparnos, ya llegando a destino. Encontramos a una trifurcación, era obvio que debíamos seguir hacia delante. Sin embargo, detrás de nosotros y silenciosamente, apareció un sujeto un poco raro. Se trataba de un joven con barba negra, vestido solo con un traje de baño y collares extraños; tenía sus cabellos sueltos con un peinado de "Rastas" Jamaiquinas. Llevaba consigo, dos tambores no tan pequeños llamados "bongó" que usualmente, son los que se usan para las bandas de música tropical. "A lo mejor es alguna murga que esta practicando por ahí", eso pensaba yo pero... la pregunta era ¿De dónde había salido? Ninguno de nosotros lo pudo escuchar si venia o no, pero eso no fue todo. Del otro lado a la izquierda, salieron tres personas más. Dos mujeres y un hombre. Llevaban otros instrumentos parecidos e iban vestidos de igual manera. Estos llamaron al joven, y se internaron en lo profundo de la selva pero algo sucedió; a uno de ellos se le cayó algo, un pañuelo extraño que parecía estar manchado con sangre. El rastafari que se habían llevado, tropezó en una rama enganchando uno de sus collares, haciendo que cayera alguno de sus adornos. En aquel momento de concentración investigativa, escucho que me estaban llamando. — Luciano ¡Dale che! ¡Te dejamos acá! — Quedé inmóvil, así que mientras esperé a que esta gente se fuera bien lejos, me apresure a tomar esas posibles evidencias. Saque una bolsa de plástico y guardé el pañuelo manchado con sangre; aquel objeto me hizo pensar en el viejo, lo otro era un adorno raro que parecía ser hindú.— ¡Vamos! — Me apresuré a guardar todo — ¡Ya voy, ya voy! Ya se habían hecho las nueve y media. Estábamos en el lugar de pesca y procedimos al armado de las líneas, observando que la gente, estaba sacando bastantes peces. Había bogas, bagres, un dorado de porte mediano y otras especies. Estaba crecido, la temperatura del agua era perfecta para una jornada de pesca especial. Mientras pasaban las horas, podía notar como algunos no sacaban absolutamente nada. Es más, no tenían los elementos adecuados. Un diestro pescador, estaba casi delante de todo. Allí en lo que antes era el muelle, se encontraba sentado en una gran piedra sacando muchas presas; se trataba de un sujeto relleno, de cara colorada por el sol con un sombrero de paja. Eso indicaba que era otro isleño del lugar, así que vi la oportunidad para poder preguntarle ciertas cosas y sacar más peces.— Hola, que tal ¿Va bien la cosa? — Me hacia el tonto. — Si, hay bastante pique. Y usted ¿Sacó algo ya? — Contestó el hombre mientras capturaba un bagre amarillo.— Si, algo. Lo que pasa que estoy encarnando con otra carnada para sacar bogas, y ya saque una bastante linda.—Yo diría que aproveches la variada ahora, son las once y se está por cortar el pique — me dijo con seguridad mientras señalaba el sol.— ¿Las once ya? ¡Cómo pasa la hora! ¿Qué me aconsejaría de carnada? Se saca más con lombriz ¿No?— Y si, pero si querés sacar algo más grande, encarná con alguna boguita chica o un bagrecito — aconsejo el isleño.— Si, pero igual los bichos más grandes salen a la noche ¿No? A mí la pesca nocturna me gusta más, uno no sabe que va a traer a la orilla o al bote; yo me acuerdo una vez que fuimos a pescar en lancha de noche y sacamos bastantes presas.— Claro, se pesca mucho pero... yo no voy a pescar más en lancha y menos de noche. Me pasó algo bastante espantoso, algo que nunca pude olvidar esa noche.— ¡Epa! ¿Qué le pasó maestro? — pregunté curioso.— Y... no sé si contarle, es bastante complicado de entender y creer. Pero... ¿Me promete que no se va a burlar o tratarme de loco?— ¡Pero no hombre! Yo entiendo de estas cosas. Además, me gustaría escucharlo — le contesté interesado.Fue un momento de ese día, que la curiosidad en saber que fue lo que pasó aquella noche, cambió mi vida. El pescador me observó por un momento, transformando su actitud sumamente seria a una tranquilidad absoluta. Es aquí cuando comenzó con su relato:— Nos fuimos cuatro personas, de noche, anteriormente me había reservado el lanchón porque querían sacar Patí1 y algún que otro Armado2; esa noche corría mucha tormenta. Estaba bastante feo porque se venía una sudestada, pero esta gente se quería meter igual. Yo les dije que no, pero me insistieron. Querían salir igual, en fin. Nos habíamos alejado. Fueron unos doce kilómetros río adentro, pero al canal no fuimos porque no convenía. Por la tormenta digo. Se forman remolinos con la correntada. Teníamos una lámpara de gas y bastante carnada, como para pescar hasta las ocho de la mañana. No había mucho pique, cada tanto aparecía una Boga3 ¡Qué contentos se ponían! Lo que pasa que hacía mucho tiempo, que ellos no salían a pescar. Estábamos de lo más bien, inclusive con tormenta y todo, hasta que empezó a empeorar porque ya teníamos la sudestada arriba nuestro. La lancha se zarandeaba bastante fuerte y eso los empezaba a asustar feo ¡A mi no, yo nací para esto y estoy acostumbrado! así que los calmé un poco.Hasta que uno dijo que iba a sacar el ancla. Lo quise parar, le dije que la iba a sacar yo porque se podía caer al agua, entonces me acerqué a su lado para ayudarlo y... pasó eso...— ¿Qué? ¿Qué pasó Don? Se cayó al agua ¿No? — pregunté ansioso.— No.— ¿Cómo que no?— No, no se cayó — contestó solemne.— No entiendo ¿Cómo que no se cayó? ¿Qué sucedió? — volví a cuestionar aún más curioso.La cara del isleño, cambió de manera abrupta. Sus ojos se desorbitaron y torció la boca como si le diera asco. — SALTÓ AFUERA DEL AGUA Y... LO ATRAPÓ, se lo llevó al agua. No sé que carajo era esa cosa.— ¿Có... cómo era, no se acuerda? — murmuré casi consternado.Había dejado ya la caña de pesca sobre un costado, señal de que se le habían ido las ganas de seguir pescando. Con su mano derecha, se tomó el rostro pasando sus dedos por los ojos, exhalando un suspiro poco alentador. — Más o menos, no sé. Estaba oscuro en ese momento y cuando pegué el grito, me tiré para atrás. Encima se cayó el farol de gas al agua. De lo poco que me acuerdo, era que tenía un olor a podrido impresionante. Sus ojos eran de un color amarillento; su piel... bueno... parecía piel, en realidad no se que era... Parecía como de barro. — murmuró el hombre nervioso.— ¿Y después que pasó, no trataron de buscarlo?— No, ellos me preguntaron que mierda había visto y por que no lo había ayudado a subir. Fue en ese momento, cuando les iba a decir lo que vi... se sintió un topetazo en la proa. Estaba subiendo, quería llegar a nosotros. Con la luz de la tormenta eléctrica, pudimos ver esa cosa que empezó a gritar. Asomó la... no sé si era la cabeza o que, pero pegó un bramido espantoso. Los muchachos y yo nos habíamos quedado duros; después pasó algo raro. Miró hacia la costa y se fue. Me parece que se asustó con algo o lo estaban llamando — finalizó el isleño perturbado.— No entiendo, se fue a la mierda — me sorprendí.— Si, yo veía en la costa bien lejos, allá en el faro que unas luces de antorchas iluminaban casi toda la costa. Algo se escuchaba también; por el viento a mí me pareció que eran tambores. No, basta, no quiero seguir con esto... me... me siento mal y... — El isleño comenzó a presentar síntomas de alteraciones nerviosas. Su ojo izquierdo parpadeaba en un molesto tic continuo. Supuse que se estaba poniendo peor y no era aconsejable, que en ese momento tuviese una recaída. — No quisiera dejarlo peor pero ¿Le molestaría si le pregunto unas ultimas cosas? Y después lo dejo. — insistí.— Si, si, no pasa nada, pregunte nomás. — respondió recomponiendo su compostura.— ¿Cuándo pasó todo esto?— Y, hace tiempo en los setenta. Yo era joven, tendría unos veintitrés años, ahora soy un pobre viejo pero de lo que estoy seguro, es que ese bicho nunca me va a llevar... no a mí. Acá la gente lo llama "El Bagre Sapo". Otros le dicen "La parca de los ahogados" no sé, me parece que tiene más nombres. Pero eso es lo que menos me importa. — Otra cosa más ¿Se acuerda quienes eran los que estaban con usted?— Si... Más o menos. — contestó con dificultad.— ¿Sabe qué? Páseme su número de teléfono. En todo caso lo llamo cuando se acuerde mejor y...— ¡Ah si! ¡Tengo unos archivos en mi casa de todos los teléfonos de mis clientes! Pero pibe ¿A que querés llegar con todo esto? — preguntó curioso tratando de entender porque me interesaba el tema. En realidad en ese momento, yo tampoco lo sabía.— Nada, simple curiosidad...a propósito ¿Cómo se llama usted?— Manuel, Manuel Alvarado.Después de esta increíble historia, quedé bastante interesado. Fui poseso de un incontrolable deseo por seguir investigando, así que callado la boca, caminé hasta donde estaba mi viejo y Lisandro que ya habían guardado las cosas para irse a almorzar a la parrilla.Nuevamente, tuvimos que soportar el largo trecho infestado de mosquitos y otras alimañas. Por un momento no lo pude notar, pero algo estaba sucediendo. Quizás los demás no se habían dado cuenta, que el camino cerrado de árboles, estaba un poco más oscuro de lo normal y el enjambre de mosquitos, fue aumentando a tal punto que debimos cambiar la caminata a un trote.Eso no fue lo peor, estábamos pasando una curva y al llegar en la trifurcación por donde habíamos entrado, podía verse con la escasa luz del mediodía, una pared de insectos que intentaban cubrir el paso de la entrada, asemejando una pared gris con un penetrante zumbido. Una pared tan espesa, que no se podía ver a través de ella. — ¿¡Y esto qué es!? — dije exaltado pues nunca en mi vida, había visto tantas sabandijas juntas. Realmente era fascinante una manifestación de esta naturaleza; algo que no se veía muy seguido.Los demás tuvieron la misma reacción. — Muchachos, me parece que vamos a tener que pasar corriendo — Dije y tomamos carrera para internamos en la espesa bruma grisácea. En el trayecto, faltando no más un cuarto de hora, sentimos una especie de honda expansiva. Como si algo chocara con nosotros. Increíblemente, había aumentado más el número de mosquitos, a tal punto que no podíamos ver absolutamente nada. Soportamos las intensas picaduras y el pesado calor. Aún así cargados de cosas, corrimos frenéticamente llegando hasta el canal, donde estaban los troncos que dificultosamente pudimos pasar. El problema, fue que solo podíamos ver a dos metros de distancia. Entonces pasamos de largo y caímos en él, teniendo la suerte de que no era tan profundo. Al menos estábamos a salvo de la espesa tormenta de parásitos voladores, que nos atacaban desquiciadamente. Estuvimos un buen rato y a mi viejo se le ocurrió algo. Salió del canal comenzando a embadurnarse con barro en las piernas, la cara y las manos. Eso frenaría a los insectos por un rato, para poder seguir corriendo. Nos embadurnamos completamente, tomamos las cosas que estaban mojadas, cerramos bien la boca para no tragar bocanadas de bichos y nos lanzamos a la loca carrera. Llegó un momento que al correr velozmente, vimos el camino más despejado. Por lo tanto significaba que habíamos salido de la espesa nube, y esto produjo más desesperación. Ya íbamos llegando al recreo y de repente... ocurrió. Por los costados del camino, salieron flotando más insectos; entraron volcándose sobre nuestro paso como si fuera una ola de agua densa y chocaron contra nosotros, arrojándonos hacia atrás como si fuésemos de papel.Era como luchar contra un tornado; fue una situación terrible e inexplicable. Parecía ser una especie de fuerza extraña, que impedía que saliéramos del camino. No parecían ser los insectos, pero de algún modo lo era. Lisandro ya estaba perdiendo la cordura, mi viejo se encontraba sorprendido y desconcertado... Yo no sabía que hacer; parecía que no quedaba otra. Nos quedábamos quietos a que nos dejaran sin una gota de sangre, o nos incorporaríamos y lucharíamos hasta lograr huir, aunque nos fuera imposible.Con nuestras últimas fuerzas, comenzamos a ponernos de pie; el barro de nuestro cuerpo se estaba secando, mientras que el constante golpeteo de los insectos, nos estaba descascarando la protección. Así que otra vez, nos embadurnamos el cuerpo sacando barro de los charcos. Ya estábamos llegando a nuestro punto máximo de locura y desesperación, luego, resignarse para entregarse a una horrible e inexplicable muerte. Parecía mentira, pero las picaduras dolían como si fueran de avispas y cuando se hartaban de alimentarse, caían como frutas pequeñas, rellenas de nuestro fluido vital. De pronto, estos comenzaron a irse lo que nos pareció bastante extraño; no venía nadie ni tampoco pasó ninguna ráfaga de viento fuerte. Tampoco llovió. Pero si noté la presencia del viejo isleño, que estaba en un costado del camino mirándonos sonriente.— Hola ¡Buenos días! — Nos saludó el corvo personaje levantando su mano.— Bien ¿Cómo anda de esa herida? ¿Por qué no se la hace ver? — le aconsejé.— No, no es necesario ¿Iban para el recreo?— Este... si, íbamos para la parrilla. Reservamos una mesa y... _ intentó explicar mi viejo.— Si se quedan hasta la noche, no se acerquen mucho al agua. Bueno me voy... ¡Hasta luego! — saludó el extraño viejecito.— ¡Chau!El veterano, salió caminando y se perdió entre la maleza. Entre que llegamos al recreo, pudimos notar que la gente nos miraban un poco sorprendida riéndose disimuladamente al notar que estábamos llenos de barro. Tampoco íbamos a explicar los que nos pasó, porque nadie nos iba a creer y se nos morirían de risa en la cara. Fue un gran secreto guardado entre nosotros tres.El día más raro de nuestras vidas, quedaría marcado en nuestra memoria como una profunda cicatriz, además del dolor corporal que sentíamos por las picaduras extrañas. Nos fuimos a las duchas y nos cambiamos las ropas. Siempre llevamos algo extra, por si nos caemos al agua y ese tipo de cosas que le pasan a todo pescador. Las picaduras, se tornaban insoportables al pasar los minutos. Nuestros cuerpos quedaron cubiertos de horrendos sarpullidos colorados y dolorosos. Rato más tarde, tuvimos que aplicarnos una pomada antiséptica para picadura de insectos y quemaduras solares. Así y todo, el ardor mezclado con picazón, no cedía tan fácil. Devoramos el asado y después de unas horas, fuimos a pescar otra vez. — No... Por el camino de vuelta no. Vámos a otro lado — Dijo mi viejo.Ni locos intentaríamos internarnos en aquel lugar otra vez, así que caminamos por los bordes del recreo cerca de los murallones y nos pusimos a pescar todo tipo de peces. Pasada ya las siete, más o menos como las... no me acuerdo bien, juntamos todo. La lancha estaba arribando y era la hora de irnos; mi viejo sacó la cámara de fotos. — ¡Che, acá tengo la cámara! ¿Quieren sacarse unas fotos? — y allí fue que se me ocurrió esa idea descabellada y burlona. — ¡Esperá un poco! — dije y comencé a trazar un círculo en la arena con el cuchillo. Después hice una estrella invertida de cinco puntas. Tomé un pescado de los que habíamos atrapado, un Dentudo4. Lo coloqué en el centro y clavé el filoso objeto en él, dándole un aspecto morboso y exotérico. Ese día, fue que ocurrió otro de esos acontecimientos extraños. Más bien me gustaría que haya sido una coincidencia, que por cierto, fue muy fatídica.Una, dos, tres fotos. Me parece que fueron solo dos; si me acuerdo, fueron dos. — Bueno, voy a guardar — Dicho esta frase, se escuchó el grito de un pequeño niño que desesperadamente, clamaba por su abuelo quien se había caído al agua porque según él, estaba en la orilla tomándose un vino barato de marca dudosa. Luego llegaron los padres del niño, los parientes, los amigos. Sin embargo, el cuerpo no aparecía. Nos miramos con Lisandro especulando en que si había sido una coincidencia o no, pero extrañamente, sentimos que habíamos hecho algo bastante malo así que borramos el símbolo a las patadas. Dada esta situación ni bien llegó la lancha, raudamente nos dirigimos hacia ella; esperamos en la cola un rato y nos acomodamos en los asientos del medio.En el viaje, en vez de quedarnos más tranquilos, nos pusimos peor al ver en unos de los tantos pequeños muelles de las casas que tieso y mortalmente frío, yacía el cadáver del viejo isleño que nos cruzamos solo dos veces. Nos dio mucha pena al ver ese cuerpo hinchado, con la piel blanca ya en estado de“Rigor Mortis”. Eso pensamos nosotros, que era el viejito. Pero... algo vimos allí, un detalle inesperado y terrible. En la tela con la cual lo habían cubierto, se podían ver grandes manchas de sangre.Eso no fue todo, también notamos que le faltaba un brazo y una pierna. Ese fue el botón que desencadenó en nosotros, un silencioso y pavoroso temor. Con miradas de incomprensión, lástima y dolor por la víctima, observábamos los parientes llorando. Una mujer gritando cayó en un ataque de nervios, mientras su marido la sostenía… y no quise ver más.

CONTINUARÁ...--------------------------------------------------------------------

La Salamanca MelindaPor:Sutter Kaihn

“El mayor error de sus vidas, si alguno de ustedes esta enojado con el mundo… es meterse con la magia negra. Pero es mucho peor si uno se introduce a este vórtice de fuerzas oscuras, sin darse cuenta”.
Sutter Kaihn. 11_8_004

SALAMANCA Antro secreto, conocido solo por los iniciados en las artes de la brujería, donde en las noches de los sábados se reúnen hechiceros, adivinos y brujos (CALCUS) en compañía de animales colaboradores y espíritus convocados con la finalidad de divertirse y planear actividades. Quienes afirman haber estado allí lo describen como un recinto iluminado con lámparas de aceite humano y donde reina gran alboroto por los gritos y carcajadas de los concurrentes. Allí se realizan conjuros y maldiciones, para poder ingresar se debe conocer la contraseña, sin la cual la entrada permanece invisible, si por el contrario se conoce se ingresa al recinto pasando por una especie de laberinto tortuoso, donde el recibimiento son experiencias terroríficas, sin amilanarse. Entre otros se debe sortear el ARUNCO, con un chivo maloliente que a embestidas lo empujara hacia el interior. Una enorme culebra colgante, amenazando de cuya boca chorrea baba sanguinolenta y finalmente con un BASILISCO de ojo centelleante.Los adeptos no pueden revelar la entrada a la SALAMANCA a riesgo de tener que padecer un terrible castigo que se dicte contra el.
Información obtenida de la red.

Las situacioness de esta obra que puedan tener algún parecido con la vida real del lector, es pura coincidencia.
Sutter Kaihn

cap:I

La escarcha sobresalía entre los finos pastizales, sobre el crudo invierno en el pueblo de Bavio; el sol aun no asomaba como siempre. Aquel Astro lento y asombroso, como en los tantos amaneceres refulgentes típicos en estas hermosas tierras de nuestra patria.El sonido de los pájaros marcaba la hora exacta en la que Eugenio, debía levantarse para sus labores de todos los días. Genito como le decían todos, era un chico de unos diecisiete años de edad que vivía allí. Llevaba con su familia, una vida tranquila y monótona. Casi todos los días de su vida, eran como un ritual. La manera de vivir en el campo es así; levantarse lo más temprano posible, para mantener los animales del corral. Ensillar el caballo, preparar la leña para el asado y todo lo demás. Él muchacho, a pesar de sobrellevar todo eso, nunca se olvidó de los importantes estudios para un posible futuro mejor. Su padre, siempre le aconsejaba cultivar al máximo su inteligencia, para no llegar a ser como él. No era una familia demasiado pobre, pero su padre no quería ver a su hijo varón, a demás de sus otras dos hijas mujeres, que fuese un analfabeto. Es por eso que después de terminar la tarea con los animales, tenía que ir junto con sus hermanas a estudiar en la escuela agraria, que quedaba a unos pocos kilómetros de allí.Un poderoso canto de hornero, retumbó sobre la ventana de la habitación del muchacho, haciendo que se sobresaltara en un hondo suspiro. Sacó un brazo fuera de las frazadas y lo estiró lentamente, mientras que la puerta rechinaba fuerte.— Genito, a levantarse que ya son las cinco de la mañana. — Le ordenó su madre que tenía consigo, un tazón de leche caliente y se la ofreció con ese tierno y dulce gesto materno, que uno siempre tendrá presente el resto de su vida. Sandra era su nombre. Una mujer de unos cincuenta y cuatro años aunque aparentaba de cuarenta; con cabellos negros hasta la cintura, atados en una gran trenza. Era una madre robusta y de ojos claros, esposa de Ignacio Viamonte; un hombre honesto y bastante trabajador, que se dedicaba al campo y a la venta de cueros. También no podía estar de más, sus famosos quesos caseros y ese esplendoroso dulce de leche, que entre toda su familia preparaban con tanta dedicación.Sus hermanas, Josefa de dieciséis y María de doce, eran las que dedicaban más ayuda a todo lo que era cocinar; lo tres hermanos se querían mucho. Se cuidaban en todo momento del día, cuando salían o si tenían que hacer trabajos con los animales.— Dale que hay que darle de comer a las gallinas. — Insistió su madre. Era lo que siempre hacia primero; se vistió y salió afuera.El sol todavía no asomaba desde el horizonte, así que debía esperarlo para que los animales despertaran. Se dirigió a la cocina, donde su madre, había preparado la mochila con las cosas de la escuela. Sus hermanas también estaban despiertas.La campana de la iglesia cercana, sonó de pronto. Pero esta lo hizo solo una vez.— Es raro…— advirtió Josefa mientras miraba el reloj — La campana no sonó a horario. Bueno no importa.— Se terminó la yerba mate. — Se quejó María, la más chica de la familia. — Bueno, haceme acordar que hoy a la tarde, después de la escuela, vaya al almacén para comprarla. — Dijo Eugenio.— ¿Y papá dónde está? — Preguntó Josefa, mientras se rascaba la cabeza emitiendo un bostezo. — Afuera… no sé que le pasa. Está raro. — Murmuró María. Eugenio la miró pausadamente. — ¿Cómo que está raro?— Si, no sé. Le pasa algo, esta así desde ayer.— ¿Pero por qué? ¿No te dijo nada? — preguntó extrañado.— No, estuvo preocupado pero no dijo de que — contestó su hermana.— Ahora le pregunto.Su padre podía verse en silencio, mientras se fumaba un cigarrillo observando sus caballos. — Hola viejo, buen día — interrumpió el muchachito.— Hola hijo ¿Te preparó las cosas de la escuela tu mamá?— Si. Che decime una cosa, me contó Mari que te vio preocupado por algo — preguntó.— Aja, un poco, pero ya está todo bien. Lo que pasa que ayer a la noche, algún bicho me lastimó unos caballos… pero ya los curé — dijo su padre pitando el cigarrillo.— ¡Ah! pero ni idea que pudo haber sido ¿No?— No sé, creo que fueron perros cimarrones. No parece que hayan sido los nuestros — aseguró.— Y… no, pero lo de los perros cimarrones puede ser; bueno me voy a darle de comer a las gallinas, les cambio el agua a las vacas y me voy a la escuela.El muchacho, rápidamente se abocó a sus tareas matutinas; llamó a sus hermanas y juntos se fueron a la escuela, con los primeros rayos del anaranjado sol.La ruta podía verse resplandeciente mientras los hermanos, al compás de la caminata con paso apresurado, trataban de entrar en calor para vencer el crudo invierno; se habían hecho ya las siete y media. — ¿Qué nos tocaba hoy? — Preguntó Josefa.— Hoy con los conejos, después a la tarde matemáticas. Historia… — Ratificó su hermano mayor.— ¡Mirá, allá viene el primer micro! — Enfatizó Maria con un rostro entusiasta y un brillo en sus ojos. Eso se debía a que en ese vehículo, venía un chico que a ella le gustaba. Su primer y doloroso amor, como le decía su hermana.— Basta Mari ¿No ves que no te da ni cinco de bola? — Le dijo su hermano.— No me importa, yo lo quiero igual…— respondió ella en voz baja, con la mirada hacia abajo.A María, la más pequeña, no le gustaba el colegio. Así que se dedicaba a visitar la gente que trabajaba allí. A veces ayudaba un poco.Hasta hace unos días atrás, se había transformado en la asistenta de Hugo, el profesor encargado en la sección de cunicultura que es donde se crían conejos. Se fueron caminando a tranco ligero, para después pasar por la tranquera grande. Siguiendo las calles de tierra, rodearon un potrero. Llegaron hasta las aulas y saludaron algunos de sus compañeros; charlaron un rato con entusiasmo nervioso, por el partido de fútbol que tenían pensado hacer a la tarde en el recreo.Luego se dispersaron uno para cada lado; Eugenio estaba en camino, junto con sus hermanas y los demás, fueron por detrás donde se encontraban las conejeras pasando la huerta de la profesora Lucrecia.Una señora poco querida entre los alumnos, por su reputación de mal carácter. Las horas seguían pasando, entre que el sol era más nítido entre los árboles y los corrales. La mañana, se veía prometedora de una buena jornada campera; todos iban entusiasmados con el propósito de poner lo mejor de si, en aquella tarea difícil llamada Cunicultura; el aire se respiraba limpio.— ¡Che Eugenio! Allá viene alguien, — avisó su hermana Josefa. — Si, me parece que es el profesor. — Indicó María. No parecía que estuviese en una situación extraña, pero este venía corriendo.Al llegar, se le podía ver el rostro compungido; sus lágrimas brotaban sin parar. — Chico, chicos… hoy no tiene clases — Su voz salió apretada del dolor. — Los conejos, me los mataron… — Los alumnos quedaros estupefactos sin palabra alguna. Nadie se atrevió a preguntar mientras miraban al pobre Hugo, dirigir blasfemias sobre “ese perro” que le había entrado por la noche. Todos reaccionaron y corrieron hasta las conejeras, encontrándose con un espectáculo macabro.La mayoría, estaban pasados por debajo de las rejas. Otros fueron despojados de sus cabezas y tripas. Los pobres conejos mortalmente fríos, yacían sobre el piso de tierra; los paneles de cemento se veían completamente cubiertos de sangre y con mechones de pelajes.Los chicos no podían comprender, porque así tan de pronto, se encontraron con una feroz carnicería sin sentido; casi todos masacrados pero sin ser devorados. Simplemente destrozados por diversión. María no soportó más y emitió un quejido angustioso, tapándose la boca.Abrió una conejera y se encontró con una coneja preñada; los gazapos estaban muertos. Podían verse fuera de su vientre, mientras que esta agonizaba.Se veía callada, con la respiración lenta hasta que en pocos segundos, dejó de hacerlo. Los pocos que quedaron vivos, estaban temblando sin parar mostrando claros indicios de una crisis nerviosa; otros, simplemente murieron del susto.Los conejos son animales muy delicados, y pueden morir de esa forma por quedar estresados; en este caso… ninguno de los sobrevivientes quedó bien. El total de los animales era de noventa y ocho pero quedaron siete. Las huellas del can, estaban marcadas por todo el suelo de tierra, humedecido por el rocío matutino.— ¡NO PUEDE SER! — Exclamó Leandro, que era uno de los compañeros más revoltosos e introvertidos de la clase — ¿Qué pasó acá? — Otro muchachito apareció por un costado. Emanuel era otro que seguía las pesadas bromas de Leandro. No pudo con su genio y afirmó con actitud fría y descabellada. — No sé… yo lo hubiese hecho mejor._ ¡Ay, que diota Sos! No tenés idea cuanto me gustaba cuidar a los conejos. YO los vigilaba. YO les daba de comer. Los quería un montón ¿Y VOS DECIS ESA BROMA DE MIERDA? — María le reprochó su estúpida broma negra de mal gusto, con una voz temblorosa y acongojada. Sus pequeñas lágrimas recorrieron su rosada piel.De pronto, el culpable salió por detrás. Estaba persiguiendo un conejo asustado; este con velocidad y astucia, eludía cada movimiento del perro que venía jugando. Todos lo miraron pasar en silencio, entre que lo arrinconaba en una esquina. Se agachaba y lo tocaba con una pata. Después lo lamía cariñosamente, aunque todos esperaban ver lo contrario.Eugenio y sus hermanas eran los más sorprendidos, puesto a que conocían bien ese perro; se trataba de Nerón, el perro de Jacinto. Nadie se atrevió a decir nada; el profesor Hugo y un paisano amigo entraron discutiendo sobre el perro.— Mirá… mirá lo que me hizo. — Se lamentaba el profesor indignado.— No sé que esta pasando Hugo, si este perro nunca jamás me mató un animal.— Que se yo Jacinto, uno no sabe cuando los perros se vuelven locos. Tenía conejas preñadas… conejos jóvenes.— No te hagas problemas Hugo, deje que algo tengo que hacer con este bicho. Lo que lamento es que haya echo esto, porque te vuelvo a repetir… nunca me toco un animal; no sé que le habrá pasado — insistió el hombre.— Está como raro tu perro.Los dos vecinos lo miraban extrañados en tanto este, movía su cola demostrando su humilde alegría ante los presentes, con el hocico ensangrentado.— Hay que llevárselo de acá entonces, no te hagas problemas — lo consoló Jacinto.— Con esto seguro me voy a la quiebra… — murmuró Hugo.— ¡No Huguito! No sé que decirte, yo te lo arreglo con algo.— No importa, después consigo más conejos — contestó compungido.El dueño del perro, miró a su noble compañero con tristeza, ya que era la primera vez que le hacía algo así. Sintió que su corazón se desgarraba por dentro. Su perro más fiel, el mejor de todos, se había convertido en un asesino.Pero es normal que todos los animales, tengan que matar una presa algún día. Así sean mascotas… es el instinto; todos acompañaron al profesor que seguía hablando con su vecino, hasta la camioneta Ford celeste. Genito se sentía un poco angustiado; él sabía bien que se tenía que hacer con el perro. Además descubrió que Nerón, era el posible culpable de haber lastimado los caballos de su padre.Jacinto lo subió en la parte trasera y se lo llevó a toda velocidad — Bueno, entonces tenemos la hora libre. — Dijo Alejandro, otro amigo y compañero de Eugenio.Los chicos se fueron caminando por las sendas de tierra, dispuestos a empezar ese partido de fútbol que tenían pendiente; otros cuchicheaban entre si, lamentándose por el horrible espectáculo que fueron a presenciar. Algunos se quedaron con Hugo, limpiando el desorden de las conejeras. Entre ellos estaban María y Josefa. Mientras seguían caminando, a lo lejos, se escucharon dos disparos de escopeta. Eugenio volteó dando tres pasos por donde provino el disparo, y enojado regresó con las manos en los bolsillos.— ¡Andá a la concha de tu madre! — Refunfuñó pateando una piedrita.— Listo… ese perro no jode más — agregó Alejandro.Era lamentable, pero fue necesario eliminar aquel perro que por razones tan extrañas, acabó con casi todos los conejos del pobre Hugo. Esos pequeños animales a los que dedicaba su vida entera. Pasaban las horas libres y los chicos seguían dando vueltas por toda la escuela agraria lidiando con lo acontecido, hasta que se aburrieron y cambiaron de tema. Alejandro, Emanuel y Leandro, acompañaron a su amigo a la extensa cancha del tan preciado deporte.Esta estaba ubicaba cerca de la ruta. Los contrarios, que eran del otro año, les habían apostado un par de gaseosas para tomarlas en el recreo, sin mencionar atados de cigarrillos entre otras cosas.El partido se dio hasta el medio día; el equipo de Genito perdió por supuesto. Ellos eran más grandes, así que tuvieron que pagar tres gaseosas y dos paquetes de cigarrillos, para esa monada tan agresiva. Siempre se mostraban así con los de otros años inferiores.El problema no era que siempre les ganaban en los partidos de fútbol, sino que eran molestos, abusadores y despectivos con ellos, cada vez que podían y en todo lugar. Muchachotes grandes que cada vez que llegaban al micro, elegían los lugares donde se sentarían los demás, sacándolos del lugar y ese tipo de cosas, que a cualquier padre los pondría en terrible vergüenza por ese comportamiento tan obstinado y grosero para con los débiles.Lo más triste, era que esto, se lo tenían que aguantar todo el año hasta que ellos egresaran. Llegando al medio día, era costumbre que todos antes de las doce, fueran corriendo ante las puertas del comedor para estar en primera fila. Algunos discutían acaloradamente por el lugar. Otros se divertían con los de adelante arrojándole cosas para molestarlos, entonces, dejaban su espacio para acercarse y poder golpear a su agresor; por hacer esto perdían su lugar y tenían que ir a lo último de la fila.Al entrar al comedor, podía verse un quincho grande con paredes de cemento y enormes ventanas bajas. En la mesada, tomaban una fuente de metal con espacios limitados, parecidos a lo que se utilizan en las escuelas militares; les sirvieron las porciones de comida y se sentaron en unas mesas grandes con bancos largos, charlando sobre el partido y de como se tomarían revancha. Mientras los demás comían con extrema voracidad, Leandro se mostraba pensativo revolviendo su comida con el tenedor. El menú consistía de milanesas con puré y de postre, un durazno en almíbar con una cucharada de dulce de leche. Por un momento, entre que estaban hablando sobre el partido frustrado, el muchachito pelirrojo aprovechó unos segundos de silencio en la mesa. — ¿Saben quién pudo haber sido? — Todos los presentes lo miraron detenidamente. Alejandro se atrevió a preguntar.— ¿Qué cosa? ¿De qué estás hablando?— Sobre lo que pasó hoy a la mañana... en cunicultura — musitó Leandro. — El perro Nerón, si todos lo vimos dentro de las conejeras. — Dijo extrañado Eugenio.— No, el perro no tiene la culpa.Emanuel dejó de engullir el trozo de milanesa, haciendo que sonara su garganta; lo miró. — Vos decís que... que fue... — su cara parecía estar enferma. — ¡Ah! Vos te referís a La Salamanca Melinda ¡Paren de joder con eso loco! —Eugenio en su postura de no creyente a las leyendas, pronunció ese nombre que estaba prohibido en todo el pueblo donde vivía, e inclusive en la escuela.— ¡Shhhh! ¿Sos nabo? Bajá la voz que te pueden escuchar. — Leandro reaccionó inmediatamente, chistándolo por lo bajo.— ¡Dejáme de hinchar las pelotas con eso! Esa vieja... tras que nunca la veo la pintan de bruja y yo no creo en ese tipo de cosas.Emanuel, de pronto, soltó el tenedor y se puso a temblar con los brazos cruzados y la cabeza agachada, mirando hacia un costado. — Se me fue el hambre… No quiero comer más. — dijo consternado.La gente finalizó su almuerzo y comenzaron a retirarse del comedor. Eugenio se preocupó bastante con la actitud de su compañero al verlo así.— ¿Es para tanto loco? — Comentó Eugenio asombrado.— Flaco ¡Como se nota que no tenés idea de nada! — contestó Emanuel.— Te asusta una viejita ¿Cómo puede ser que seas tan cagón hermano? — Emanuel hizo una breve pausa, pasándose una mano sobre la nuca. — Ayer me la crucé; cuando la nombraste me hiciste acordar, y yo no quería.— ¿Cuándo? ¿Allá cerca de mi casa? — Resaltó Eugenio.— Si, la vi. Me quiso decir algo pero no le entendí mucho.— ¡Ah! Entonces fue cuando me viniste a buscar ¿Por eso tenías esa cara? No me habías dicho nada.— No, mucho no podía hablar; esa mirada extraña... sus ojos... Tenían como un vacío. — Murmuró angustiado mientras miraba fijo el pupitre, tomándose de los brazos como teniendo frío.— Si, esa vieja tiene algo raro. Está maldita, todos los del pueblo saben lo que hizo con su marido porque ella es viuda. — Dijo Alejandro con certeza, porque él había podido informarse sobre ella, cuando le contaban los viejos del pueblo. — Che, son las doce y media, tenemos que entrar a la clase de historia. — Emanuel finalizó la conversación.En el transcurso del camino a las aulas, el muchachito caminaba con la mirada extraña, pensando en lo que su amigo le había contado de aquel día. Cuando iba a su casa y llegó después con cara de espanto. La temperatura del medio día ya estaba en su punto, para que la gente pudiese aguantar un poco más el frío.Lentamente, se sentó en su banco sacando la carpeta y una lapicera; la clase del profesor comenzó con el tema de Historia Argentina que se titulaba: "La vuelta de obligado". Emanuel se sentó junto a Eugenio, para poder hacer el trabajo sobre lo que se vería en la clase.— Che ¿Después puedo hacer el trabajo práctico con vos?— Si, ningún problema.Pasaron los minutos entre que la clase era bastante aburrida, y no aguantó en contarle a su amigo lo que se quedó pensando antes de entrar al aula.— Ema, te quería decir una cosa. — susurró.— Si, decime.— Es sobre Melinda.— Más bajo que nos puede escuchar. — Le susurró Emanuel.— Si, ya sé. Te quería decir cuando vos me dijiste que la cruzaste.— ¿No me crees? — preguntó su compañero con sorna.— Si, te creo porque me parece que yo también la vi... Ahora que me acuerdo, fue cuando entraste a casa; antes de cerrar la puerta pasó caminando cerca del bebedero de las vacas y vi una viejita que me miraba.— No te entiendo. — Contestó Emanuel.— ¿Qué es lo que no comprendes? — Le preguntó Genito.— Cuando yo me la crucé, fue mucho antes de llegar a tu casa. — Aseguró su amigo.— Sigo sin entender…— En el momento que me la topé, salí con la bicicleta dejándola muy atrás ¿Cómo mierda pudo llegar de esa forma hasta tu casa? Yo salí del pueblo.— ¡NOOO! — Sin querer, el muchacho alzó la voz sorprendido con la respuesta y se quedó mirando la mesa del estupor.— ¿A ver? ¿Qué pasa ahí? — La voz del profesor Mauricio Ponce, hizo resonar su voz en el aula llamándoles la atención.Se trataba de un hombre con unos 37 años de edad, casi pelado. Contextura delgada y una barba en forma de candado. — No, nada. — Contesto Emanuel.— Bueno, dedíquense al trabajo sin que les llame la atención por favor. — Terminó por decir él A decir verdad, se encontraba en un mal día ya que antes de comenzar la clase, comunicó a todos sus alumnos que ese sería su último día de clases y eso lo puso de muy mal humor.— ¿A los demás les pasó algo parecido? — Preguntó Eugenio en voz baja.— Después te cuento bien… si no cuando nos vayamos todos, les preguntas. — Contestó su amigo.La hora pasó y salieron al recreo. Entre tanto, los dos jóvenes seguían perturbados por aquella conversación; Eugenio no salía de su asombro al saber la terrible verdad, de que aquel día, pudo ver con sus propios ojos al fantasma del que todo el pueblo hablaba desde que tenía memoria.Esa tarde de invierno, cuando su amigo fue a visitarlo, pudo por fin ver a Melinda. Sería difícil de creer, si alguna vez esa señora se había cruzado con él más de una vez, sin que este la reconociera.*Como era de esperarse, los compañeros de Eugenio también vivían en el mismo pueblo; después de la conversación con Emanuel, todas las perspectivas habían cambiado en forma abrupta para él.Entre las nubes podían verse los pájaros volando lentamente en dirección al ocaso; el anochecer estaba arribando ya. Las horas se fueron rápido con las últimas tareas escolares, mientras que el viento aumentaba su ritmo.Por la ventana del salón de clases, Eugenio veía con curiosidad los pequeños y débiles remolinos que se formaban con las hojas muertas mezcladas con tierra, envoltorios de golosinas y otras cosas; el timbre sonó para que se retiraran a sus respectivos hogares.Salieron todos al patio para abordar los micros que esperaban llevarlos a distintos puntos de la ciudad capital; la mayoría no era en el pueblo cercano. Las hermanas de Eugenio, volvieron y se quedaron junto a él.— Acordate de ir a comprar yerba al almacén. — Le recordó Josefa a su hermano. Solo contestó con una pequeña sonrisa, ni una palabra. Ella lo miró un poco confundida y no hizo caso de como se sentía. Al partir decidieron ir todos juntos al pueblo y aprovechar el último día de la semana para salir de noche.Por lo general, casi siempre se reunían en una sala de Pool y jugar por las fichas. El que perdía las pagaba. Caminaron por la ruta conversando, buscando a cada auto que pasaba que les diera un aventón y llegar más rápido al pueblo; por lo general esperaban a que pasaran camionetas o camiones, solamente paraban vehículos de mayor capacidad ya que eran muchos.A lo lejos, una camioneta venía a toda velocidad.— ¡Che, ahí viene la camioneta de Jacinto! — Aseguró Leandro. — ¡Vamos a pararlo! — Argumentó la pequeña María; los chicos comenzaron hacer señas para ser vistos por Jacinto. Observaron el otro lado del camino por si las moscas y se hicieron a un costado porque de la mano contraria, viniendo desde el pueblo, se acercaba un camión que era para transportar ganado. — ¡Cuidado con el camión! — Advirtió Manuel.Cuando la camioneta estuvo más cerca, todos empezaron a llamar su atención... pero Jacinto no se detuvo. Ellos lo vieron pasar velozmente sin comprender absolutamente nada y mientras se alejaba, todos pudieron notar como el conductor cambió de carril estrellándose contra el camión de ganado.— ¡NOOO, JACINTOOOO! — Gritó Eugenio.La explosión se hizo tremenda, fuego por doquier. Nadie pudo explicar nada y solo quedaron boquiabiertos, mirando con impotencia como el fuego devoraba la vida del pobre Jacinto.— ¿QUÉ PASÓ? ¡NO PUEDE SER! ¡ALGUIEN QUE HAGA ALGO POR FAVOR! — Gritó desesperadamente el muchacho corriendo en dirección al accidente. En el trayecto antes de llegar, sus amigos y compañeros lo atajaron. — ¡No, para Genito que te vas a quemar! — Le dijo Leandro, pero él no se quería dar por vencido.— ¡No! ¡Hay que hacer algo, ayúdenme!— ¡Dejá, ya no se puede hacer nada! — gritaba Leandro sin poder creer lo que estaba viendo.— ¡NO, NO!Jacinto, era un vecino cercano del muchacho y amigo de a familia desde hace mucho tiempo; él lo quería mucho y lo respetaba. Era como si fuera su tío debido a que no lo tenía. La perdida de esta persona afectó mucho a Eugenio, al igual que a sus padres al enterarse luego. Tantos años juntos, tantos recuerdos perdidos en pocos segundos.Sus lágrimas, ahogaron cada minuto mirando como que el fuego consumía los dos vehículos; se veía terrible arremolinándose tomando la forma de una gran columna de muerte. Los demás también comenzaron a llorar. Los pocos autos que llegaban, disminuían la velocidad para poder observar el accidente; fue cuando aprovecharon de acercarse corriendo al primero que tenían cerca para pedir ayuda.Una Chevrolet súper sport negra con llantas plateadas, apareció ante ellos. Dentro del mismo, salió un joven de 35 años de pelo negro y un poco largo peinado hacia atrás. Era de tez pálida, con bigotes y patillas que llegaban hasta el final de carretilla; vestía una chaqueta de cuero negro al igual que sus pantalones y un crucifijo plateado colgaba en su pecho.— ¡Señor, señor...! — Gritaba desesperada Josefa. Ella al igual que sus hermanos, sentía mucho el dolor de perder a su Tío postizo. — ¡Señor, necesitamos ayuda! ¡Llame a los bomberos y la policía, por favor! — Emanuel se acercó, — somos del pueblo que está allá... Yo le digo que números son. Rápidamente, el joven sacó del interior de su vehículo, un teléfono celular e hizo las dos llamadas.— ¿Quieren que los lleve hasta allá? Casualmente voy al mismo pueblo que ustedes. — Dijo el joven sorprendiéndolos a todos.— Bueno pero... vamos a estar todos apretados — Comentó María.Subieron como pudieron y pisando fuerte el acelerador, el sujeto hizo rugir el monstruo de metal comiéndose el asfalto.— Y dígame ¿Cómo se llama usted? — Preguntó Leandro apretado contra la puerta derecha.— Me llamo David — Contestó con voz serena. Josefa pudo observar entre las butacas, una Biblia pequeña entre otros libros. — ¿Usted es cura? — Preguntó sin miramientos.— Si ¡Qué despierta sos! ¿Cómo te llamas?— Josefa ¿Y por qué va también a nuestro pueblo?— Me mandaron desde el arzobispado de Buenos Aires. Llegó un comunicado y entre que estuvieron decidiendo quien iría, terminaron en horas de la tarde nombrándome a mí como su nuevo cura. Así que salí con mi auto para avisarles, pero claro… como no conozco la escuela donde van ustedes me la pase de largo. Además no sabía a que hora salían de clases entonces después de hacer un par de kilómetros, me volví. Fue cuando vi la explosión del accidente.— Pero... nosotros ya tenemos cura en el pueblo. — Agregó Emanuel un poco extrañado.— Eso era lo que les tenía que comunicar a todos allá en la escuela. El cura murió esta madrugada. Se suicidó.— ¿QUÉ? — Gritó Josefa.— Se colgó del campanario, nadie sabe porqué pero según los que lo conocían además de mí, él nunca tuvo motivos para hacer semejante cosa. — Aseguró David.Al llegar al pueblo, Dos patrulleros y un carro de bomberos pasaron a toda velocidad. Por detrás de ellos, los seguía una ambulancia. Las calles estaban desiertas y eso empezó a incomodarlos un poco. — ¿Dónde se metieron todos? — Preguntó María desorientada.— Estarán velando al pobre Alberto... — Dijo entre dientes Eugenio, todavía angustiado después de haber presenciado semejante hecho.Más adelante al llegar en una esquina, un gran grupo de gente estaba amontonada en la única casa de sepelios llamada "El misericordioso". El sol estaba cayendo del todo mientras que el viento se tornaba más frío. El auto del nuevo cura, lentamente se acercó al lugar y desde dentro todos pudieron ver como las caras largas y compungidas, resaltaban la escena del velatorio. Muchos de los que estaban allí, miraban detenidamente ese auto negro y reluciente. Era más que obvio ya que no lo conocían. Se bajaron del vehículo y se acercaron con lentitud.— Los chicos, llegaron los chicos. — Advirtió Sandra saliendo entre la gente.— ¡Mamá! ¿Qué está pasando? ¡No entendemos nada!-- Exclamó Josefa acongojada.— Se murió el Padre Alberto y... — Si ya lo sabemos, David nos contó todo. — Contestó Eugenio.— Ah, hola que tal. Mucho gusto. —Sandra se sorprendió al verlo.— Soy David, el nuevo cura que mandaron después de la noticia, pero lamentablemente le tenemos otra más. Mientras venía en el auto, yo...— ¡A Jacinto lo quisimos parar en la ruta para que nos llevara y se accidentó con un camión! — Leandro irrumpió sobre el dialogo.Sandra quedó paralizada, no respondía ni un músculo de su cuerpo hasta que cayó desmayada. David pudo alcanzarla para que no golpease su cabeza en el suelo. Otras personas se acercaron hasta ellos para poder ayudar a la madre de Eugenio, mientras miraba a Leandro con un poco de enojo, mordiéndose el labio inferior calificándolo de imbécil. Pasaban los minutos fríos y tenues en la casa de velatorios abarrotada de gente, mientras rezaban por el alma de Alberto. David, todavía no podía creer que su mayor consejero y amigo, había cometido un atroz acto de suicidio sin motivos algunos.Solo bastaba con recordar sus viejos momentos de buenas charlas por los pasillos del seminario, cuando era su pupilo. Después de consolar a la gente, mientras iba y venía guardando un poco más la compostura, se atrevió a ver el féretro donde yacía su gran mentor. Caminó lentamente hacia él demostrando un poco de miedo al ver su rostro demacrado, amarillo. Sus ojos cerrados y hundidos.— Alberto... ¿Qué te paso hermano? — Le preguntó al difunto.Respiró hondo cerrando los ojos y bajando la cabeza con sus dos manos sobre el cajón. Luego de eso, siguió murmurando como tratando de buscar una respuesta divina. — ¿Cómo saber? ¿Cómo entender lo que hiciste? — Comenzó a mirar el cadáver desde su rostro. Luego la marca en su cuello por la soga hasta llegar a sus manos que inesperadamente, una de ellas estaba aferrada a un crucifijo de madera.— ¡Qué día de locos! Ahora falta velar a Jacinto. No puede ser que pasen estas desgracias. — Se quejaba Sandra.Así fue que desde ese viernes, casi nadie durmió hasta el domingo por la madrugada. Por un lado el padre Alberto y por el otro Jacinto. A cajón cerrado por supuesto. Hugo también se encontraba allí llenándose la cara de tristeza por su fiel amigo; en la radio se escuchaba el informe del accidente.Una helada infernal, comenzó a caer sobre la zona rural blanqueando los techos de los autos y los vidrios. Un vago silencio invadió el pueblo. Nadie hablaba, todos se miraban con desentendimiento hasta que alguien rompió el silencio con lo que no tenía que decir.— Para mí que fue la vieja maldita, fue la Melinda. — Dijo un viejo riéndose sentado en un sillón, con un vaso de caña en la mano para pasar el frío.— ¡La boca se te haga a un lado Jeremías! — Vocifero el dueño del velatorio.David quedo sorprendido, no sabía de quien o que estaban echándole la culpa. Dedujo que se trataba de una especie de bruja por el calificativo "vieja maldita".— ¿Qué vieja? — Preguntó David desentendido.— Nada que lo incumba Padre. — Respondió el oscuro personaje. Su nombre era Alfonso.Un hombre robusto de estatura mediana y voz grabe, con unos cincuenta y ocho años de edad. Vestía de negro con un saco de paño del mismo tono, provista de botones grandes y dorados. Siempre fue particular en el pueblo desde hace años, famoso por levantar los féretros con sus propias manos... y con el cadáver dentro.Su particular fuerza era muy conocida, hasta que un día por algo inesperado, dejó caer uno de ellos encima de su pie derecho. Pudo recuperarse pero quedó con una molesta renguera de por vida, obligándolo a usar un hermoso bastón de quebracho tallado en forma de víbora.— Esa vieja no tiene la culpa de nada, Alberto se suicidó y punto. Hace tiempo que se estaba volviendo loco y decía incoherencias casi todo el tiempo. — Objetó Alfonso.— Así es, creo que tiene razón ¿Por qué no dejamos esa vieja en paz y vamos a enterrar esta gente de una vez por todas? — Agregó Hugo todavía compungido por la desgracia. Pareció raro en defenderla, sin embargo no sonaba convincente lo que decía.Todos acompañaron los féretros hasta el cementerio del pueblo, orando y lamentando la perdida de dos personas muy honradas y trabajadoras. Un lúgubre cuadro nocturno empañaba las calles, acompañadas de un frío húmedo. Los cuerpos fueron destinados en la parte de los nichos al llegar. El nuevo Padre a cargo del pueblo de Bavio, dio sus responsos correspondientes pero... había algo que carcomía su mente, eso que aun no cerraba, así que se limitó a callar la boca.La escena se veía silenciosa, aunque algunos sollozos podían escucharse apenas. Los árboles secos se meneaban muy poco, el viento era acompañado de ese frío espeso que no dejaba ver el horizonte. Alfonso parecía no tener sentimientos entre todo ese lamento colectivo. En realidad, nunca nadie alguna vez lo había visto llorar o reír. Siempre estaba con esa cara recia y seria carente de brillo humano.Algunos decían que cuando cuidaba el cementerio de noche, practicaba algún tipo de rito entre otras cosas. Él antes no era así, no desde el accidente del féretro que dejó su pie maltrecho. Pareciera que hoy en día, este enterrador y dueño del velatorio continúa con sus ritos en compañía de alguien más que hasta ahora, no se sabía nada de su identidad.— Son las cinco y media… de la mañana. — Dijo Alfonso mirando el cielo, con una voz pausada y tétrica. — No se olviden gente de este pueblo, que hoy día domingo seguiremos con una misa por ellos. — Anunció David.— Si claro padre, allá vamos a estar — Contestó Sandra la madre de Eugenio.— Sin embargo no creo que sirva de algo… los muertos, muertos están. Y eso les implica no tener paz después de haberse suicidado ¡Ah, ja, ja, ja, ja! — Manifestó este oscuro personaje, estamos hablando del viejo Jeremías. Nadie sabe de donde salió, pero vive en el pueblo desde hace mucho tiempo. — ¡Algún día vas a caer dentro de mis cajones viejo del demonio! — Refunfuñó Alfonso.No se sabía bien porque, pero parecía tenerle un extraño rencor al viejo Jeremías cosa que al padre David le llamó poderosamente la atención.

CONTINUARÁ...------------------------------------------------------------------------------

La sombradelsonámbulo.Por: Sutter Kaihn.

En aquellos tiempos, este muchachito a los pocos años de preadolescente, nunca quiso tener contacto alguno con nadie que fuese de su familia. Casi siempre se encerraba en su casa solo para ver su televisor en blanco y negro, o escribir su diario de vida junto a su preciada Olivetti.Alberto Mazza de San Martín, de tan solo 12 años, ya padecía un cuadro crónico de Esquizofrenia, junto a delirios de persecución que eran un tanto extraños para lose médicos de la cátedra.Ya habían intentado tratarlo psiquiátricamente, pero las medicaciones les eran desfavorables, debido a su delicado estado de salud. Le hacían mal al corazón.Su familia de a poco, fue desapareciendo con el pasar de los años, mientras que él a veces trataba de no enloquecer en tanta soledad. A veces frecuentaba a su tía más cercana; su nombre era Andrea.Casi siempre en cada visita, trataban sobre temas de ocultismo entre otras cosas, ella dedicaba su vida a la magia blanca por decirlo de alguna manera. No siempre él se interesaba por ese tipo de magia, a veces era atraído por las fuerzas oscuras, cosa que en ese tormentoso pasado trató de dejarlo en el olvido.Sin embargo… parecía que algo había quedado de ese pasado oscuro y mortal, algo que él no pudo sostener por más tiempo, hasta el punto de la locura. Esas muertes extrañas… fueron un gran dilema para la policía bonaerense. Solo él pudo explicarlo de tal forma, antes de morir de esa manera por decirlo así… tan innatural, dentro del destacamento “La Unión”.Así que de alguna manera, se puede decir que este caso, queda cerrado.
Detective Arnaldo Cevallos.
Agosto 3 2006
(Datos recopilados del informe policial archivado.)
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But when the darkness leaves the nightWe cannot see The Light no moreNo more.
Mercyful fate “ In the shadows”
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Las situaciones de esta obra que puedan tener algún parecido con la vida real del lector, es pura coincidencia.
Sutter Kaihn
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Primera parte:
“Quiebres de un pasado sinuoso”

— A ver Eddie, esperá que abro la puerta — decía el muchachote de veintinueve años, mientras metía la llave en la cerradura. Su perro era bastante guardián, de una raza fiel más conocida como Setter irlandés. Un animal enorme de color marrón rojizo, que golpeaba incesantemente la puerta.Un día martes después del trabajo… un día como cualquiera para los habitantes de la ciudad bonaerense, brillaba en su templada estación de otoño. Pero no para él.Todos los días era una lucha constante por ir y venir prevenido, cuidadosamente mirando a su alrededor. Los ladrones, los mendigos, los policías. La gente misma podría atacarlo de alguna manera. Quizás sacarle dinero, hablar mal de él entre otras cosas.Su única compañía era Eddie, su enorme y guardián perro.— Vení que te tengo que dar de comer, hoy me olvidé de dejarte algo a la mañana temprano, ¿sabés? — Su compañero peludo, lo miraba con pereza. Pero cuando entró a la cocina, se dio cuenta y comenzó a dar ladridos vigorosos.Antes de abrir la heladera, miró por la ventana que daba a la calle, hacia la izquierda… la derecha. No había moros en la costa, entonces procedió abrir la vieja “Siam” de color rosa salmón.— Tomá…— murmuró y le arrojó un trozo de carne sobre el plato de comida. Él sintió hambre también así que se dirigió a la mesada, sacó del mueble de abajo una olla pequeña y la llenó de agua. Buscó el sobre de harina de maíz y la dejó a un costado.— El caldo y el orégano…— dijo para si. — La sal gruesa y la cuchara de madera, ¡el queso blando! — fue y sacó de la helada reliquia, un trozo grande de Queso para cortar.— ¿Qué me falta?, supongo que la carne que compré ayer. — Nuevamente, se puso de cuclillas delante del mueble oscuro, y buscó la plancha negra de forma cuadrada para cocinar carne. La miró unos segundos y la blandeó hacia los lados. Miró a su fiel compañero. — ¿Qué te parece?, si entra uno le damos con esto, ¿no? — Eddie lo miró desinteresadamente y siguió con su carne. — Si… ¡PAF! ¡ZOC! BIF… — bromeó tomando la plancha de metal con sus dos manos, sintiéndose un caballero del medioevo. Una vez que el agua comenzaba a hervir, lentamente arrojó la harina de maíz con la sal gruesa y el orégano; después puso la plancha en la otra hornalla, para hacer la carne. Bajó le fuego al maíz y encendió el viejo TV que aún conservaba después de la muerte de sus padres. Muchas cosas, le habían quedado para no dejar de recordarlos. Su madre por sobre todo, la más protectora, la más madre de todas las madres. Siempre recordaba aquella vez, que quiso hacerse un amigo en el barrio cuando era pequeño y ella, nunca lo dejó entrar a la casa. Siempre los atendía en la puerta. Nunca dejó que nadie entrara a su casa. No después de los quince años cumplidos, cuando intentó tener novia y ella, le hizo la vida imposible a cualquier chica que se le acercara. Siempre protectora, siempre vigilante… tan odiosa. Eso era lo que él a veces pensaba de su madre. Tan odiosa, tan hija del infierno; el mismo lugar donde ella estaba ahora.Ese fue el entonces, cuando empezó a aborrecerla definitivamente. A su padre no. Él era distinto, sin embargo a veces lo odiaba un poco, ya que siempre era dominado por la maldita mujer, que había nacido desde el averno para marcarlo con la locura.El cuadro enorme que siempre pendía en el salón principal, quiso conservarlo. Siempre que tenía uno de sus ataques de ira y desconsuelo, se ponía frente a ella y vociferaba las maldiciones más espantosas que podía.Una vez, intentó hacer una fogata y quemarla por completo, pero lo pensó mejor y adoptó ese retrato enorme como una especie de terapia.Sentía que si no le gritaba esas blasfemias, un día su cabeza explotaría o terminaría por suicidarse.Su padre no fue mucha influencia que digamos. Un tipo tranquilo pero a su vez, tenía una forma de ser que su mujer detestaba con frecuencia. Sumamente religioso y conservador, definían un ser totalmente lechuguino y aburrido.Trabajaba en las oficinas del gobierno de Buenos Aires. Se especializaba en la parte de economía. Su nombre era Bonifacio Quevedo de San Martín; hijo de familia con muy buen pasar económico.Cuando conoció a María Sofía de Zaffat, también hija de la misma calaña burócrata y conservadora, estaba en una fiesta. Esas reuniones típicas de los ricos, donde solo se dedican hacer sociales y negocios. Se conocieron y al pasar el tiempo, se siguieron frecuentando hasta que se enamoraron perdidamente. Luego formalizaron un tiempo largo, y se casaron con todas las pompas posibles. Después de cuatro años de matrimonio, tuvieron el hijo único que María siempre quiso; no quería que tuviese hermanos. Ella no los tenía y sintió que también tendría que ser así.—¿Qué habrá hoy en el noticioso? — se preguntó solemne y lo encendió. Nada en especial, las porquerías de siempre. Los jubilados que no cobran, violaciones, robos. Entre todas esas cosas, siempre el bloque especial sobre el misterioso asesino, EL ESTRANGULADOR FANTASMA.
“El estrangulador se cobra otra víctima. Una joven muchacha, fue encontrada en los suburbios de la ciudad, la policía científica no pudo encontrar ni el más mínimo rastro del mal viviente.Se dice que es un asesino serial excepcionalmente profesional, pues tiene la habilidad de despistar seriamente a los investigadores más talentosos de la Argentina.Todas las víctimas, padecen de los mismos estigmas: muerte por asfixia con un particular componente, COMO SI ESTUVIERAN DESINFLADAS. Completamente arrugadas”.
— ¡Dios! — comentó Alberto, sintiendo un espasmo que recorrió todo su cuerpo. Bajó la mirada y la dirigió a su compañero can, quien lo contemplaba esperando otro pedazo de esa suculenta carne. — ¡Se me pasa la polenta! — advirtió y fue a la cocina. Apagó la hornalla, revolvió un poco su contenido espeso y agregó trozos de queso para volver a tapar la olla. Echó dos pedazos de carne sobre la plancha, y esperó mientras seguía mirando el aparato.
“Es la cuarta víctima en esta semana. Hasta hace poco, Laura Morales también apareció con los mismos estigmas. La gente vive en un permanente estado de alerta gracias a este monstruo.”
— Si supieran que es estar alerta…— murmuró. Últimamente gracias a los cometidos de este asesino, Alberto prácticamente caminaba con los sentidos de un animal salvaje, esperando la señal de aquel voraz sobre su pellejo. Su estado físico tampoco o ayudaba a que el pobre y miedoso muchacho, pudiese salir corriendo en caso de esa demoníaca presencia.Su única ayuda tanto espiritual como corporal, era su tía querida, quien había quedado como único pariente cercano. En realidad si tenía más de ellos, pero no se trataban directamente. Las últimas noches, aquellas molestas pesadillas fueron más frecuentes. Esos sueños grotescamente insanos, no dejaban que pegase un ojo hasta altas horas de la madrugada. Anteriormente, esos sueños fueron consultados con aquella pariente practicante de magia blanca, pero sin resultados aparentes en poder decodificarlos.La mayoría de las veces, el extraño dolor en los huesos lo tenía en ascuas. Había visto docenas de médicos. Traumatólogos, homeópatas y todo tipo de especialistas, pero sin resultados aparentes.Él presentía que algo tenía; alguna extraña enfermedad no descubierta quizás. Esto siempre lo tenía con los nervios de punta, y casi no lo dejaba vivir. El origen del dolor, se proyectaba a fines del año pasado. Alberto miró la carne sobre la plancha y apagó la hornalla. Sacó la olla y la colocó sobre la mesa. Después se sirvió la carne y comió intranquilo, sin dejar de mirar el aparato de viejos transistores.Las últimas dos semanas, no había tenido una jornada de trabajo con tranquilidad. No lo habían remunerado como correspondía, y eso causó un peculiar atrevimiento de él sobre su jefe. Le dijo que si no le pagaba el resto, lo denunciaría por tenerlo trabajando en negro.Últimamente, solamente dos años de su vida, transcurrieron en un hotel de buena categoría. Lamentablemente, sus ingresos no correspondían por todo el trabajo realizado. Solo por trabajar en negro, pero claro… si el dueño toma gente para que trabaje en esas condiciones, es porque le conviene. Si todos estarían en blanco, les tendría que pagar lo correspondido sin chistar. Pero al tenerlos medio esclavos, podría usarlos como quería. Pero no a él, a veces su carácter era bastante fuerte, algo que fue heredado de su madre.Sin embargo, sus momentos de apacible paciencia, eran proporcionadas por los genes de su difunto padre. Nunca se calló la boca, siempre enfrentó a su jefe junto a su mujer, quien era el doble de feroz para explotar a los empleados. A esa gente, no les quedaba otra que recibir la mísera paga de aquella persona con oscuras intenciones.Tranquilamente, Alberto podría haber quedado trabajando en lugar de su padre, heredando el cargo del gobierno. Pero él, no era igual que toda esa gentuza refinada y con fachosos pensamientos, hacia el enorme entorno que los rodeaba.Le daba un miserable asco, que ellos pensaran que ese entorno gigante, era la nada para ellos porque vivían en una casita de cristal. Pero con el correr del tiempo, aprendió lo que era realmente sobrevivir solo, en aquel mundo de oscuros recovecos y abismos dementes. Aprendió lo que era no seguir siendo el mantenido de papi y mami. Después de la muerte de sus padres, hizo vender la casa y otras pertenencias. Él solo se quedó con lo indispensable. La TV, el cuadro, un dinero con el cual se compró una casa más pequeña. Pocos muebles. La biblioteca del cual reemplazó los libros de economía, por otros de literatura y poesía. El resto con el tiempo, se cambiaba constantemente hasta que se sintió más cómodo.Nuevamente, bajó la mirada al perro quien lo contemplaba insistente, — no Eddie ya te di carne. No molestes. — Entonces decidió sacarlo al patio. El dolor no era tan fuerte, pero resultaba realmente molesto de alguna extraña manera.Le había carcomido la paciencia y decidió llamar a su tía, para que pudiese hacerle algún trabajo espiritual y así apaciguar un poco, esa locura que parecía no existir.Sin embargo, hiciere lo que hiciese, siempre estaba allí y no se iba.No se iría hasta terminar con su cordura, seguiría allí como una lanceta de avispa, clavada dentro de sus huesos. La lanceta de una avispa del tamaño de un pequinés.Había pensado en la posibilidad de que fuese un cáncer, pero no era una enfermedad hereditaria, que podría haber quedado de algún pariente. En realidad, era más propenso a los problemas cardíacos. Tenía fuertes palpitaciones, si le daban algún susto importante. Una vez cuando era niño, en la escuela privada donde nunca fue aceptado por sus excentricidades, su hostigador de siempre lo esperaba con ansias dentro del baño. Una vez que estuvo dentro de el, desde el otro lado del panel hizo colgar un insecto de hule.Después de semejante bromita, debieron llamar una ambulancia. Su madre hizo el mayor escándalo posible y su padre, no pudo contener la risa reprimida de tantos años de aburrimiento. No paraba de reírse. Su mujer sorprendida, le reprochó en forma violenta que no era gracioso. No podía burlarse de lo que le había pasado al pobre Albertito.Sin embargo, después de terminar de soltar todas las risas posibles y que nunca había experimentado, se acomodó en la silla, pidió disculpas y se retiró del lugar.A la semana de lo acontecido, decidió que debían separarse por el bien de Albertito. Además estaba cansado de ella y ya no la soportaba más. No aguantaba sus exigencias, no podía tolerar su frialdad en la cama todas las noches. Pero ese tramite de la separación, lo realizaron mucho tiempo después.Ya no podía seguir viviendo bajo el mismo techo, con una persona de la cual se hacía dudar de sus facultades mentales. A medida que pasaba el tiempo, ella sufría pequeños ataques de ira, las que fueron controladas con fuertes medicaciones.La mayoría de las veces que él llegaba al trabajo, tenía adherida sobre su cara, una gasa con cinta de papel porque ese día, su mujer sufrió de esos ataques repentinos. Por lo general, eran rasguños y bastantes feos. Sin embargo, una vez se pasó de la raya y le arrojó agua hirviendo, porque pensó que la estaba engañando con otra mujer en el trabajo. Era frecuente que le hiciera escenas de celos por nada. Las veces que ella ingresaba o llamaba a su trabajo, casi siempre era el mismo sonsonete absurdo:
“¿Dónde la escondistes?, ¿cómo se llama? Me estás engañando. No me querés más ¿Por qué me odias?, seguro que me estas cagando con otra. Hasta cuando querido me vas a tomar por estúpida ¿Eh? Hasta cuando me vas a seguir engañando ¿Por qué no me decís la verdad? Mentís todo el tiempo. Siempre lo mismo… sos una basura no me amas más, y pensar que me casé con vos…”
Y así casi todos los días; antes él podía acostumbrarse a las torturas de su insana desposada, pero después se tornaba tan insoportable, a tal punto que un día no se le ocurrió otra cosa que llamar una ambulancia para internarla. Se le había metido dentro de la oficina para revolver y destrozar todo el lugar. Le arrojaba cosas del escritorio. Una maceta pequeña que pendía sobre la ventana, fue a parar a la cabeza de un guardia que pretendía entrar, después de haber escuchado semejante barullo.Fue sedada y trasladada a su caserón, donde ella seguiría siendo el adorno de la fachada, en la cual parecía ser una familia perfecta. Después de terminar el almuerzo, lavó los platos junto con los cubiertos. Más tarde la olla. Secó todo y guardó los utensilios y cacharros en sus lugares correspondientes. Se dirigió al living donde estaba el diario, para así buscar otro empleo que no fuese tan despiadado, como el de estar en un hotel de categoría siendo esclavo del tratado en negro. Pero otra vez el dolor, surgió como un vaivén sorpresivo; intentó buscar algunos analgésicos, pero los había olvidado comprar anteriormente.No tenía ganas de salir en ese momento; solo quería relajarse, escuchar buena música de Jazz, blues y quizás también clásico u opera. O porque no también, leer un libro de Sabato.Lo que fuera con tal de olvidarse de aquel dolor tan especial, y demencial al mismo tiempo. La TV lo aburrió totalmente, caminó por los pasillos tomándose de los brazos, sintiendo ese frío de la casa. No era muy grande como la antigua, pero de alguna manera, la soledad desde la muerte de sus dos progenitores, lo hundieron en una ciénaga negra y desmesurada. Sin embargo, poseía una dulzura especial que quizás solo él podía sentir.Ya no escuchaba los gritos de su madre, de que todos la odiaban y estaban en su contra. No escuchaba a su padre, quejarse de su aburrida vida. No estaban los vecinos molestos, que dedicaban sus existencias a espiarlos, haber que hacían para después ser la comidilla de las altas sociedades.Casi nunca encendía las luces en horas de la tarde, le gustaba las penumbras. Quería sentir la soledad más que nunca. Al parecer la ausencia de luz, provocaba un extraño efecto de estar en la nada, de flotar en el espacio. De dirigirse a ningún lugar.A él le gustaba esa sensación, quería vagar en sus pensamientos, quería sentir el vacío que lo rodeaba y poder tratar de… ver más allá. Una vez cuando era niño, despertó de una fuerte pesadilla literalmente extraña.Soñó que estaba recostado en horas de la tarde, pero de pronto, todo a su alrededor comenzaba a no encar en el espacio donde se alojaba. Podía sentir como la cama, se movía hacia delante y atrás, como si alguien estuviera moviéndola. Pero no era así, no había nadie allí… Entonces comenzó a desesperarse. Quiso apoyar un pie sobre el suelo, y pudo sentir como el piso también se movía. Entonces gritó por su padre que viniera a rescatarlo.Su cama, era de esas para dos personas, las del estilo “marineras”. Él nunca podía invitar a nadie, ya que su madre no los dejaba quedarse. Pero como siempre había querido una, se la compraron. A veces se quedaba una prima o primo a dormir, entonces le servía de maravilla. Miró con horror como la parte de arriba, comenzaba a desarmarse. Era como si las piezas flotaran en el aire. La cama se desarmaba de un modo increíble. Giraba. Las piezas se separaban.La cama se desarmaba. Sin embargo después de unos minutos, ya nada parecía asustarle, sino que le fascinaba la idea de que su propia cama, flotara con las piezas sueltas. — ¡Mirá papá…la cama se desarma! ¡Está flotando! — gritaba con una sonrisa dibujada en su rostro. Todo iba de maravilla, hasta que el sueño terminó con un final inesperado. Su padre quien también había empezado a reír asombrado, volteó el rostro a su hijo y cambió su expresión abruptamente.— ¿Qué pasa papá? ¿Por qué tenés esa cara? — preguntó el chico confundido, pero solo recibió un grito desgarrado como respuesta. Él siempre trataba de no recordar ese espantoso sueño. A veces lo soñaba de nuevo, como las típicas pesadillas recurrentes. La diferencia, era que cada vez que le pasaba, quedaba peor que antes. Siguió caminando por ese pasillo oscuro. Era algo que parecía no terminar, debido a la velocidad del desgano.Arrastraba los pies, sintiendo un terrible cansancio y lo único que quería en ese momento, era recostarse en el sillón. Llegando al living, tocó un botón del aparato de música que había adquirido hacia pocos meses, y dejó que corriera un compacto de música Blues.En ese lapso, frecuentó con los ojos cerrados, sus pocos y agradables momentos de su infancia. Como por ejemplo, cuando jugaba con su mascota favorita. Se llamaba Casio, un hermoso gato de la raza Siamés. Fue un regalo de su cumpleaños número cinco, del año mil novecientos ochenta y uno. Apenas era un crío.Había sido un presente de su querida tía Andrea; también recordaba perfectamente, lo que le había dicho aquel día especial.— Niño, quiero que cuides este gato como a nadie. Ellos poseen la clave para distinguir quienes están alrededor nuestro, sin que nosotros los podamos ver.— ¿Los peggos tamién?— Si querido sobrino… Ellos también.— Vamos, ¿por qué no se acercan a la mesa? Estamos por comer; después no quiero que se pierdan de la torta — dijo María y tomando a su hijo del brazo, miró a Andrea extrañamente y alejó al pequeño de su lado.Ellos habían llegado hasta una gran mesa de mantel blanco. El reflejo del mediodía, destellaba en aquella tela fina cegando a los presentes. Un domingo en familia, típico y rebosante de comida. Se sirvieron lechón asado y cordero. El menú era bastante variado: pollo, ensalada, empanadas. Más de veinte o quizás cuarenta personas, devoraban con facilidad todo lo que encontraban a su paso.Algunas de las chicas jóvenes, no comían tanto y se dedicaban solo a los vegetales; otros de sus tíos que eran gordos, tenían peculiares formas de comer. Tenía… y tiene quiero decir, una familia bastante variada. Pero él solo se llevaba con su tía Andrea, como antes había explicado. Sabía perfectamente, a pesar de su corta edad, que podía confiar en ella plenamente.Es más, prefería estar con ella antes que estar con toda esa manada de cerdos, que solo seguían farfullando tonterías de negocios. También bromas sin sentido o a veces, se burlaban de los indigentes que generalmente, trataban de pedirles una moneda o limpiarles el vidrio.Él solo quería estar con la tía, los demás eran aburridos.— Querido… escúchame una cuestión que debo platicarte. — le murmura María al señor Mazza. — No quiero que tu hermana se acerque al nene.— ¿Cómo? ¿Qué pasó con Andreita? — se preguntó su marido, tratando de tragar un pedazo de cordero.— No me gusta tu hermana, sabés perfectamente por que te lo digo. Además no se por que la invitaste al cumpleaños de Albertito, si sabes que no me llevo bien con ella. — contestó la mujer por lo bajo, pero no dejaba de ser un tono furibundo.— María, es mi hermana, ¿qué querés que le haga? ¿Qué la eche a patadas?— No sería mala idea — dijo ella, con una sonrisa descabellada que no dejaba de demostrar un horrible desprecio hacia Andrea. — Estás loca María, no lo voy hacer. Es mi hermana aunque no te guste y se terminó. — finalizó él.— Después vamos hablar…— ultimó ella y siguió comiendo con desgano.Su hijo la miraba desconcertado, él no quería ver a mamá en ese estado. Sabía perfectamente que venía del Después vamos hablar. Era una frase que le causaba terror; no soportaba los gritos de sus padres peleando por cualquier estupidez. A veces las cosas se ponían peores, cuando él recibía una tunda sin motivos aparentes.Después de comer lo poco que tenía en su plato, el pequeño Alberto salió de su silla. Algo vio, pero no distinguió bien de que o quien se trataba. Lentamente y caminando con un poco de dificultad, se metió dentro de la casa. Allí fue cuando sucedió.Su tía, al ver las actitudes sospechosas de su sobrino, disimuladamente se escurrió para saber que era lo que el pequeño trataba de hacer. Se introdujo dentro de la casa y lo buscó por todos los rincones.Sin claridad, pudo escuchar que él estaba tratando de decirle algo a alguien, pero cuando supo donde estaba se horrorizó. Lo encontró tendido en el suelo, con la boca babeante y sin conocimiento. Ella gritó. Alberto despertó sobresaltado en su sillón. Transpiraba sin control, con los dedos clavados en la esponjosa tela.— ¡NO! — gritó agitado. No entendió mucho lo sucedido; supuso que fue un recuerdo de la infancia, un recuerdo escabroso. Pero fue la primera vez que soñaba con uno de sus recuerdos. Era algo chocante para él.La música de Blues, seguía tranquila y a un volumen considerable, tal como lo había dejado para relajarse. — Me quedé dormido… ¿Cuánto tiempo? — se preguntó levantándose del lugar.Se secó un poco el sudor, respiró hondo y llevó sus manos al rostro. — Dios — murmuró. — Dios, Dios… — apagó el equipo de música y tomó el teléfono que estaba cerca del mueble, junto a una repisa de madera con vidrios.Marcó lentamente el número de su pariente, mientras que sus manos temblaban. Una especie de pánico, lo estaba envolviendo poco a poco. Odiaba esa sensación, odiaba también que no pudiese seguir recordando que había pasado, después de aquel desmayo atípico.— Hola tía, soy yo, Alberto.— ¡Albertito! ¿Cómo andás? — saludó ella.
Suspiro.
— No tan bien que digamos, ¿estás ocupada?— Para nada, no te noto bien ¿Otra vez las pesadillas? — analizó la mujer.— Algo así; esto fue más raro de lo acostumbrado. Quiero que vengas.— Pero, ¿hoy no trabajás a la tarde también?— No creo… Me parece que voy a renunciar ni bien me pague el mes que entra, así que hoy a la tarde no voy nada. — contestó él con desgano.— Ah, que pena. Bueno, después seguimos con ese tema. — contestó Andrea y cortó la comunicación.— Ese recuerdo estaba incompleto. Si, puede ser — se dijo mientras se dirigió a la heladera, y sacó una botella de vidrio con agua. Bebió dos tragos y sintió que le dolía un poco la cabeza. Tenía que ir hasta la farmacia y no tenía ganas, pero como recordó que el kiosco estaba más cerca, pensó que allí estarían los analgésicos requeridos por su migraña. Esa cabeza peculiarmente fragmentada, en dolosos recuerdos.Tomó la llave y salió con cautela, mirando hacia los dos lados. Caminó rápido hasta la esquina y llegando al kiosco cercano, ordenó las aspirinas. Después se retiró a la misma velocidad.Una caminata veloz, no le podría hacer mal. El tema era que si se agitaba mucho, habría de desmayarse antes de llegar a su puerta y no era conveniente. Sin embargo hizo la prueba de trotar un poco más ligero, y sorprendentemente llegó sin problemas. Se sentía bien, las palpitaciones no estaban.Entonces pensó que todos sus problemas psicológicos de ser tan debilucho, era por culpa de su madre. No era fácil de controlarlo igualmente. Si se dedicaba al deporte, quizás terminaría por derrotar el fantasma de la sobreprotección. Sin embargo, en su mente, vibraba la presencia del asesino del que tanto temía la gente. No podía dejar de sentirse perseguido por aquel sujeto; presentía que lo podría estar vigilando en aquel momento, sin que este se diera cuenta.Su agitación comenzó a aumentar, entre que intentaba introducir la llave en la cerradura; sus manos temblaban y el sudor le corría por las sienes. Miraba constantemente detrás de su hombro, intentando ver de donde él podría saltar sobre su desprotegido cuerpo. Abrió la puerta y entró violentamente; su respiración se normalizaba, mientras se asomaba despacio para ver hacia fuera. Nada… absolutamente nada; el tipo no aparecía, pero no dejaba de sentirse observado y era algo aterrador.Su perro ladró de pronto. — ¡Eddie, soy yo! — gritó él, moviéndose al patio trasero. Abrió la puerta y recibió su mascota con cariño. — Todo bien Eddie, todo bien. — le dijo y lo volvió a entrar a la casa.Pasaron los minutos y el timbre de la puerta, sonó estridente. Descolgó el portero eléctrico.— ¿Quién es?— Yo, Andrea. — contestó una voz femenina.— Pasá, esperá que saco el perro al patio de nuevo.Un vez dentro, Andrea se sentó con él en la cocina. Se acomodó bien dejando el bolso sobre a mesa, y preguntó si quería que le preparara un té. Él nunca tomaba mate, ella si. Pero prefería compartir algo con lo que su sobrino si gustaba; cuestión de cariño y respeto.— Contáme Alberto. — Comenzó ella. — No lo sé, fue un tanto extraño. Parecía ser un viejo recuerdo. — Explicó el muchacho.— Tenés razón, es raro que uno sueñe con un recuerdo.— ¿Te acordás cuando cumplí cinco años? — preguntó él, tratando de buscar un indicio. Fue un segundo, que Andrea quedó paralizada mirándolo fijamente, después de aquella pregunta. Parecía haberse puesto un poco pálida.— No entiendo…— Si, así como escuchás; el sueño parecía ser un recuerdo de cuando cumplí los cinco años de edad y…— No, no me acuerdo de nada. Sinceramente no recuerdo lo que pasó. — dijo ella dificultosamente, pero Alberto no era tonto. Él podía darse cuenta que ella ocultaba algo.— Algo te pasa Andrea, te pusiste ner…— ¡No! te dije que no. — Interrumpió ella.Alberto suspiró lentamente bajando la vista, la miró y trató de sobrellevar la conversación, a otro nivel más apacible. — Tía, por favor. Necesito saber que me está pasando. Hace años que tengo algo dentro que no me deja en paz. Por eso necesito de vos más que nunca. — el muchacho tomó sus manos y las aferró con un amor tan creíble, como ese dolor que debía aguantar después de cada pesadilla. — Andrea… ¿Me lo podrías contar? No aguanto más, tengo que saberlo.— Está bien, te lo voy a contar. Ese día cuando festejábamos tú cumpleaños, yo te encontré desmayado dentro de la casa y… tu… madre, creyó que yo te había hecho algo malo y se armó flor de escándalo. Pero ella ya venía sospechando de mí, de que podría hacerte algo. Ya sabés… ella…— Si, si. Estaba totalmente loca, tenía esquizofrenia y no sé que más; algo de paranoide. — contestó el muchacho. — Temo que sea hereditario tía, no quiero morir con esa mierda. Me recuerda mucho a ella y yo la odio hasta muerta. — finalizó.— Desde ese día, ella siempre trataba de que no hicieras otra cosa, que permanecer en casa. Pensaba que te ibas a morir o algo sí, que eras débil.— ¿Por qué te odiaba? — preguntó con lástima. — Eso nunca lo entendí. Ella nunca te quiso — indagó él.— Ya te dije, aquel día…— No Andrea. Ella te odiaba de antes que yo naciera. Yo me daba cuenta, no sé por que, pero me daba cuenta.— No sé si lo puedas entender — dijo ella e hizo una pausa breve. — Tu madre nunca me quiso, porque yo me dedicaba al espiritismo entre otras cosas. A mi hermano lo cuidaba muchísimo. Por eso cuando comenzaron con el noviazgo… los quería separar.Alberto abrió los ojos como platos; nunca esperó que su propia tía, le dijera semejante cosa. Ese secreto especialmente oculto todos estos años.— Pero… ¿Por qué?— Ella era mala Albertito, muy mala. Yo lo presentía, lo sabía de alguna manera.— Y resultó cierto — Agregó él.— Si, era toda una maldita basura. Igual que su madre… casi toda su familia en realidad. Me hizo la vida imposible, para hacer que me mantuviese lejos de ellos.— Pero lo que sigue no lo entiendo. Lo del desmayo se supone que fue por algo.— Bueno, eso no se explica muy bien que digamos — contestó señaladamente. — Lo que si te puedo contar, es porque ella me odiaba. Creo que me tenía miedo.— ¿Por lo de ser bruja? — preguntó él seguro de si.— Claro…— Pero si vos te dedicas al bien, a la magia blanca y…— Claro, pero a ella no le interesaba supongo. Bastaba con saber que yo hacia cosas extrañas, y eso era motivo suficiente para discriminarme. — Aclaró Andrea hostigada por el recuerdo.— Por suerte no heredé esa horrenda forma de ser. — Comentó con una sonrisa y los dos echaron a reír un poco.Sorbieron sus tazas de té, pero seguían tentados un poco de risa. Era cierto; había veces que lo que ella hacía, causaba bastante gracia. Una vez, se espantó al saber que su hijo ya le crecía bello púbico y ella, creyó que Andrea le había hecho una brujería para tratar de transformarlo en un animal.— ¿Te acordás cuando mi vieja empezó a gritar, porque vos no se que le habías dicho?— ¡Jajaja! Si. Fue porque le dije: Mooorrtumm, Bellla Luugooosssiii. — Bromeó ella moviendo sus manos, como tratando de hechizar.— ¿Y se puede saber el motivo? — preguntó Alberto divertido.— Hizo un comentario muy feo en mi presencia. Dijo que las mujeres como yo, se dedican a la vida fácil. Me molestó muchísimo esa falta de respeto.— Oh. No creí que mi madre fuera tan cruel. — Lamentó el muchacho.— Siempre me estaba definiendo de Hippie, adicta a las drogas, golfa… y mi hermano raras veces podía defenderme, porque se dejaba dominar mucho por esa porquería de esposa.— Que suerte que ya murió al fin, nunca soporté a mi vieja — comentó él en un suspiro y volvió a sorber la taza.Andrea, quedó pensativa mirando su recipiente humeante de líquido escarlata oscuro.— ¿Cuánto hace ya? — preguntó con seriedad.— Que cosa….— De sus muertes, que cuanto hace ya que no están.— Ya van cuatro años creo, prefiero no acordarme — contestó él. Después se acomodó en la silla. — Papá murió de un paro cardiorrespiratorio, y mamá… Bueno. Lo de ella fue más extraño.— Después de la pesadilla, ¿te acordás Albertito?— Por Dios, si que me acuerdo. No quiero decirlo, pero si. Recuerdo todo perfectamente — dijo él con la voz temblorosa. — Todo estaba oscuro, parecía que flotaba en un espacio sinuoso y transfigurado… Después de eso, vi una persona retorciéndose en el suelo. Se estaba poniendo cada vez más descolorida. Y ese dolor… el rostro de mi madre con esa espantosa mueca vacía. — Su cara se fruncía del espanto y decidió no seguir hablando. Se tomó de los cabellos resoplando. — No puedo más tía, ese tipo de pesadillas volvieron; hace poco tuve una y apareció otra víctima del Estrangulador Fantasma. — Finalizó.Andrea se levantó de la silla con violencia; trató de calmarse pero le era imposible.— ¿No te parece mucha coincidencia? — cuestionó.— Que cosa.— Las pesadillas mi vida, las muertas. Todo encaja — masculló nerviosa.— ¿Vos decís que mis pesadillas, son premonitorias o algo así?— Claro. Además tratan de la misma forma en cómo se mueren las víctimas. O sea…— ¿Vos me estás diciendo que mis pesadillas, marcan las muertes de estrangulador? —preguntó él con un nudo en la garganta.—Todo este tiempo… Todo el tiempo buscando la respuesta de cómo murió tu madre. Fue el mismo tipo, estoy segura.— No — murmuró Alberto. — No, no. NO. — Se levantó de la silla con brusquedad, y se dirigió a la ventana que daba al patio. — No tía, ¡decime que es mentira!— Es así corazón; siempre el asesino estuvo en contacto con tus sueños por algún motivo.— ¡Pero lo que me estás diciendo es horrible Andrea! — Se quejó él — ¿¡Cómo carajo puedo tener relación con ese hijo de puta!? — balbuceó frunciendo su rostro, a punto del colapsar. — No, no. No, nonononono… No, noo. Es mentira, no es así — masculló sentado contra la pared, cerca del ventanal.— Mi vida, no te pongas así. No puedo verte mal — dijo ella con tono lastimero, y se arrodilló ante él para abrazarlo.— Tengo miedo Andrea… Abrázame, tengo miedo… — Él se aferró a ella, como si fuese la madre que nuca tuvo. De hecho así lo fue desde que sus padres ya no estaban. Su única contención, era Andrea.— ¿Querés que me quede hasta tarde? — preguntó ella acariciándole el pelo.— No sé. Si tenés que hacer algo yo…— No tengo que hacer nada hoy, dejá que te acompañe, ¿si? — interrumpió suavemente.— Está bien. — dijo agradecido. — Quedáte… quedáte… No te vayas.— Si, me quedo. Voy a estar acá Alberto, no te voy a dejar solo.— Quedate tía… — repetía con una leve monotonía.— Fue mi culpa, yo te dije de las pesadillas. Mejor lo dejamos ahí y se terminó — se decía ella con culpa.Así estuvieron un largo rato. Realmente, Alberto necesitaba de una presencia femenina. No le era tan fácil, tratar de no pensar en no tener más una madre o padre, que lo contuviese durante sus ataques de nervios.Lamentablemente, ella no estaba casada y si así lo fuera, su tío pasaría al lugar de su padre y podría haber tenido los progenitores que nunca tuvo.— ¿Cómo va ese dolor de huesos que siempre aparece? — preguntó de pronto ella para cambiar la conversación.— No sé, igual que siempre — contestó preocupado.— ¿A ver?Comenzó a masajearle las manos y él se quejó un poco. El dolor había desaparecido pero volvería. Lo sabía bien.— ¿Fuiste a ver un médico?— Unos cuantos, pero nadie pudo decirme que tengo. Cáncer no es, ni osteoporosis. Tampoco artrosis. Reumatismo… — decía con desgano.— Pero será posible, ¿todavía no se sabe nada?— No, lo único que me calma son tus ayudas espirituales — contestó sonriente.— ¿Querés que empecemos ahora?— Creo que ya no está el dolor, mejor otro día cuando vuelva. Parece que ya estoy mejor. — Dijo el muchacho, tratando de sentarse nuevamente en el sillón.Ella también lo acompañó acomodándose en el otro, para poder pasar la tarde con su sobrino. Alberto tocó nuevamente el botón del equipo, y se pusieron a escuchar un poco de música.Andrea pasó la vista sobre la montonera de CDS, hasta que la detuvo.— Ah, tenés de ópera también ¿Es la obra de Turandot?— Si, es hermosa… Casi todos los días me la pongo a escuchar. Me aleja un poco de la persecución.— ¿Persecución? — preguntó ella confundida.— Claro, del Estrangulador Fantasma. — contestó su sobrino sin dejar de ver por la ventana, mientras su perro lo miraba colgando la lengua jadeante y babosa.— A este perro lo conseguí hace tiempo, para que cuidase mi casa de gente como esa. A veces sé que él también quiere matarme… Después de mi madre vengo yo. — comentó.— No lo creo.— ¿Por qué?— Por que hasta ahora, todas las víctimas que he visto son solo mujeres. Ningún hombre. — explicó ella.— Pero que se yo. Igualmente siento que me asecha. Es constante, a veces puedo sentir que me persigue mientras voy y vengo al trabajo. Igual que mamá… Ella también lo presentía antes de morir. — dijo convencido.— Puede ser; yo recuerdo bien que una vez, ella había empezado con la “manía” de sentir que alguien la estaba vigilando. Fue después cuando pasó un tiempo y murió. — comentó Andrea, recordando aquella insana.— ¿Ves? ¡AHORA ME ESTÁ PASANDO A MÍ! — se sobresaltó Alberto y entró en otra crisis. — ¡Necesito mis calmantes! ¡Dónde están mis calmantes! — gritó en desconsuelo, intentando revolver un mueble donde tenía cosas amontonadas. — Sé que los dejé por acá…— Esperá Alberto, por favor. Esperá un momento. — intentó decirle ella, pero no hacia el menor caso. — Querido… por favor — dijo e intentó calmarlo de otra forma.Él cesó en su búsqueda y volvió a sentarse dejándose caer en el sillón.— Decime que no estás tomando pastillas. Por favor, decime que no lo estás haciendo.— Hace un par de semanas — balbuceó él cubriéndose el rostro con las manos.— Yo siempre te dije que eso te podía poner peor, no me habías dicho nada.— Era para no preocuparte… Yo… no quería decírtelo. Lo que pasa, es que no duermo hace días sabiendo que está ese tipo afuera. — murmuró él entre dientes. — No puedo vivir así de alterado. Las necesito, ¿entendés? Las preciso.— Está bien, te entiendo. Lo que pasa que la psiquiatría, es un poco problemática con el tema de los medicamentos. Nunca me gustó eso. — Comentó ella.

Fragmento del informe del detective Arnaldo Cevallos:
A la edad de los dieciocho años, fue internado en un hospital psiquiátrico, gracias a los tantos problemas que acarreaba por su madre después de la muerte de su padre.Al parecer, había estado desarrollando una especie de esquizofrenia un poco extraña. Según la historia médica del paciente, indica que a veces hacía cosas y después no recordaba nada de lo sucedido.Se había tratado la posibilidad de alguna psicosis, pero los resultados y las consecuencias de lo que hacía, no coincidían con dicha enfermedad.

Año de1987, mes de Febrero.

— ¡Ay Alberto!, ¿podés dejar en paz a tu gato por un momento? Me tenés que ayudar a juntar las cosas para empacar. Nos vamos a Mar del Plata ¿Preparaste tus cosas?— No mamá, estoy buscando la jaulita de Casio. — contestó el chico con sorna.— ¿No lo has visto a tu padre?— Creo que está haciendo su valija. Aparte ya es tarde ¿Es necesario que salgamos de noche?— ¿Por qué lo decís? — le preguntó su madre con tono molesto.— Los accidentes… por eso.— Eso no es problema; tu papá dijo que dormiríamos un par de horas antes de irnos, así él puede manejar bien despierto — contestó ella, mientras seguía metiendo sus prendas de vestir en la valija.Su hijo, a pesar de sus once años de edad, parecía tener treinta. Era un tiempo, del cual uno tenía que estar pendiente de un pariente enfermo y él, la cuidaba bien de vez en cuando. Controlaba todo lo que hacía, donde iba y que tomaba.A veces la acompañaba a las sesiones Psiquiátricas, donde él a veces participaba.En este caso, los dos concurrían. El tema de Alberto no era muy importante para ese entonces, pero si el de María, quien empeoró últimamente después de algunos acontecimientos con su hijo.Siempre le aparecía algo nuevo. Antes de eso, se dedicaba a llamar al vecino haciéndose pasar por otra persona, quien se había supuestamente mudado cerca de los Mazza. La estrategia paranoide, consistía en formularle una serie de preguntas sobre ellos mismos, para corroborar que pensaba de ellos.Parecían actitudes sumamente infantiles y desvariadas, para una persona de su edad. Pero con el tiempo, la estrategia se agravó después de que ella pensaba que el vecino estaba preparando algo en su contra. Cabía la posibilidad de una fuerte esquizofrenia, junto a un cuadro de psicosis paranoide… Algo insoportable de acarrear para los demás, que conviven con esa persona. Esta vez, después del insidioso caso del “vecino conspirador”, apareció algo nuevo que parecía ser la frutilla del postre.María pensaba que su hijo… su hijito querido, quería hacerle algo. No sabía exactamente que era, pero últimamente, ella sentía una especie de pánico sobre lo que él podría hacerle. Discutieron con su marido. Después con su hijo; la tensión ya no daba para más. Así que habían decidido salir de vacaciones por unos días.

22: 45 p.m. Suena el teléfono cercano a la sala de estar.

María se levanta pesadamente de la cama, mientras que su marido, se sumaba en toscos ronquidos. No podía ser que la gente molestara a estas horas de la noche; quizás algún pariente o alguien tratando de molestar, porque no era de tener amigas. Solo tenía una; se llamaba Evangelina.Eran amigas desde la facultad de letras y estudiaban juntas. Salían cuando podían y consultaban sus penas de amor, cuando las dejaban por otra. O simplemente, por aburrimiento, comentaban estupideces de modas y otras cosas insípidas. Fueron chicas que habían pasado por cosas fuertes, entre tantas de esas… cuando los militares estaban en el gobierno.Siempre se mantuvieron al margen de la situación y cuando podían, no participaban en ninguna protesta y ese tipo de cosas, que las habría podido llevar a la muerte inminente.— ¿Si? — preguntó ella somnolienta.
Nadie respondía.
— Hola… HOLA... No se haga el gracioso, ¿quiere?— Querida, ¿Quién llama a estas horas? — preguntó su marido desde la habitación.— No sé quien es, no contesta. — Respondió ella y volvió el aparato a su oreja.Una respiración jadeante y lasciva, surgió entrecortada… Profunda.— ¿Quién es? ¿Por qué no deja de molestar?

CAALLAAATEE PUUTAAA…

Parecía un gorgoteo fétido emanado de una garganta monstruosa, que trataba de fastidiar todo lo posible y poder destrozar los nervios de la insana. Su voz comenzó a temblar de la angustia y la desesperación; trató de sostener el tubo telefónico casi dejándolo caer.— ¿Quién e… es usted? ¿Qué es lo que quiere? ¡Déjeme en paz!
Perra… lo que quiero es verte muerta lo antes posible.
María quedó paralizada, esa voz era conocida. Mucho más que eso; no se trataba de una pulla de su amiga. Tampoco de un bromista en altas horas de la noche. ERA LA VOZ DE SU PROPIO HIJO.
Quiero que mueras, quiero que mueras,quiero que mueras quierO QUE mueRAS, QuiEro que mueras…
De pronto, lo que parecía ser una voz humana, se volvió grotesca y uniforme. Casi una cacofonía emitida por un ser del otro mundo. Algo deforme, algo que dejó de ser su hijito adorado.

PUTAQUIEROQUEMUERASPORQUETEODIO…¡Puta!, ¡MalDitA PrOstitUta!

María comenzó a llorar sin control, trató de sostenerse en pie pero soltó el aparato y cayó al suelo. Intentó ir hasta su habitación para advertir a su marido, pero tropezó llorisqueando, cayendo pesadamente sobre un mueble.— No, no, no. Dios… Bonifacio ¡BONIFACIO! ¡Socorro Bonifacio, socorro! — gritó desconsolada.Su marido despertó de un salto desconcertado y lo primero que le vino a la cabeza, era que un ladrón había entrado en la casa para asaltarlos. O que su hijo estaba en algún problema, y ella no podía interceder. Que habría de llamar una ambulancia.— ¡María, María! ¡¿QUÉ PASÓ POR DIOS!? — gritó su esposo, saliendo del dormitorio.— Bonifacio… él, es él de nuevo.— No te entiendo.— Tu hijo, nuestro hijo quiere matarme Bonifacio. QUIERE MATARME, HACÉ ALGO POR DIOS QUE NO AGUANTO MÁS. NADIE ME CREE, ¿POR QUÉ NADIE ME CREE? — comenzó a gritar la demente.— ¡BASTA ENFERMA! ¡ME TENÉS HARTO, PEDAZO DE IDIOTA! ¡HARTO! — gritó su cónyuge totalmente alterado, y le dio un bofetázo en pleno rostro temblante de nervios y gimoteos.Nunca le había levantado la mano a su mujer, era la primera vez que le puso límites con violencia. Pero la situación, irremediablemente, dio motivo para semejante acto correctivo. — Me golpeaste… — balbuceó ella retrocediendo, mientras lo miraba atónita. — Me obligaste — contestó él con los dientes apretados. — Andá a llamar al muchacho — le ordenó.— Me golpeaste — insistió ella, a punto del llanto.— Hacé caso y andá a buscar al Alberto te estoy diciendo.— Pero querido… mi amor… Yo, Albertito me llamó desde el otro teléfono que está en el segundo piso y…— ¡PERO, CARAJO! — gritó el hombre y la tomó fuertemente de una mano, arrastrándola hacia el dormitorio de Alberto. — ¡Yo sabía que ibas a empezar con esa mierda! , ahora te voy a mostrar algo y no quiero discusiones ¿Me escuchás?María comenzaba a no comprender nada de lo que estaba pasando. Al parecer, su marido trataba de hacerle ver algo muy importante; algo no estaba nada bien.Llegaron a la puerta del chico, y Bonifacio golpeó la puerta con tranquilidad.— Hijo, hijo ¿Estás durmiendo?
…Nada…
— Albertito, ¿me escuchás? — insistió él.— Mmm… Papá ¿Sos vos?María se llevó la mano a la boca, como cuando los chicos rompen algo y no saben que hacer. Él la miró con la peor mirada que nunca le había puesto en su vida; una cara que le reprochaba una falta muy grave.— Alberto, tratá de abrir la puerta si sos tan amable — dijo él.— No puedo, está trabada papá.Bonifacio sacó una llave de su bolsillo y se la mostró a su mujer, como un signo triunfante. El triunfo de que por fin podía decirle que ella estaba completamente loca y odiosa.— ¿Sabés por qué lo encerré con llave? — Preguntó por fin, metiendo el adminículo en la cerradura.— No… — contestó ella con la voz temblorosa y la mirada atónita.— Para que veas que me tenés podrido con tus perseguidas de mierda. Para que veas que sos una enferma mental y que estoy cansado. —Abrió la puerta y allí estaba su hijo, con la cara cansada y unas prominentes ojeras.Tenía la cara pálida y el pelo revuelto. — ¿De qué discuten? — preguntó con inocencia. Después miró a su madre, quien estaba lagrimeando mientras lo miraba desconsolada. — Mamá, ¿tomáste las pastillas que te recetó el psiquiatra? Ella lo miró incierta, como desentendida. Sin embargo, él sabía perfectamente que otra vez habían estado discutiendo por algo. Entonces el muchacho prefirió seguirle la corriente, para no agregar más leña al fuego.Fue al baño, buscó el frasco y se lo alcanzó; después su madre se lo agradeció con un beso, le pidió perdón y se acostaron nuevamente. Pasaron de las once y media de la noche. Sin embargo, María había quedado mirando el techo sin dormir, pensando minuciosamente.— Boni, ¿dormís? — preguntó tocándolo con un dedo en la espalda y él despertó sobresaltado.— Que, ¿Qué pasa ahora?— Vos el teléfono… lo escucháste, ¿no?Quedó un par de segundos en silencio, mirándola con los ojos entrecerrados.— Si… si lo había escuchado — contestó confuso.— A lo mejor, fue un tipo que llamó a cualquier número para joder a alguien ¿No te parece? — le dijo ella, como para apaciguar las cosas. — Te pido perdón mi vida, no quise dudar de Albertito. Es nuestro hijo y…— Está bien María, lo que pasa es que tenés una enfermedad, ¿entendés? Tenés que ponerte bien, por eso nos vamos a Mar del Plata ¿Si? — le dijo él acariciándole el pelo, como consolando una chiquilla asustada por los truenos de la tormenta. Esa tormenta que reinaba su mente constantemente, haciéndola crear fábulas extraordinarias y absurdas al mismo tiempo.Bonifacio tuvo un pensamiento fugaz. Si logró calmarla de esa forma, quizás los papeles se inviertan y él podría comenzar a controlarla. Ese pensamiento, le estaba provocando una leve sonrisa, mientras acomodaba la cabeza sobre la almohada.Esta vez y de ahora en adelante, él la golpearía, él le gritaría y se sentiría el hombre de la casa que lleva los pantalones. No más histerias, no más mujer controladora; hasta quizás le pondría bien los cuernos, con alguna pendeja que esté bien perra.Tendría lo que se merece, después de tantos años de desdicha. Nunca pensó que ella resultó algo incomodo en su camino. Antes era tan delicada, cortés y por sobre todo eso, cortés y respetuosa.Pero ya no. Todo se fue al demonio, después del nacimiento de Alberto. Cuantas veces pensó en degollarla, mientras ella dormía placidamente junto a él. Las veces que se imaginaba con sus dos manos sobre su cuello, y ella tratando de gritar con el rostro enrojecido; con la lengua fuera de color violáceo y sus ojos tratando de buscar ayuda de cualquier forma.La perra tratando de llamar a su hijo, intentando gritar por socorro. Viendo que su marido se había vuelto loco de remate, por tantas veces que ella lo hostigaba con sus idioteces. Sin embargo no tenía el valor, porque de alguna forma la amaba; eso es. La amaba como en el primer día que la conoció. A veces, él mismo se sorprendía de las cosas que podía enguantarle, y eso significa querer a alguien, aunque sea un maldito demonio incoherente.— Claro Bonifacio. Perdón, perdón… — Pasaron los minutos y su esposo, pudo caer en un profundo sueño corto para poder viajar. María no lograba hacerlo; solo quedó mirando el cielorraso.— Pero tenía la voz de Albertito — murmuró y cerró los ojos para poder conciliar el sueño.
Actualidad, horas de la noche.
— ¿Te vas a quedar a comer? — preguntó Alberto, mientras trataba de buscar algo entretenido en la TV.— Bueno, ya que insistís. Pero quiero cocinar yo ¿Querés?— Obvio, me encanta como cocinás — dijo él mientras sacaba cosas de la mesa, para poner los platos y otras cosas. — Hace mucho que no viene nadie a comer a casa. Bueno, en realidad, la única persona que viene sos vos.— Tendrías que hacerte de algunos amigos; no tendrías que estar tan solo — aconsejó ella.— Si, pero es difícil confiar en la gente hoy en día. Además, no sé quien me aguantaría.— Ja, ja, ja, ja. No seas tonto. Yo si tengo amigos. Podrías conocerlos. — Rió ella.— Quizás la próxima que nos veamos, por ahora no. — dijo él terminando de poner la mesa.— Como quieras, se me ocurrió que podrías conocerlos.Ella tomó el control remoto y puso el canal siete, donde el noticioso seguía con el tema del Estrangulador. Pero Andrea, solo atinó a cambiar rápidamente de canal. Luego pensó la forma de conseguirle una suerte de pareja, así no se sentiría tan solemne. Pensó en Liliana… pero no le convendría. Era bastante fácil y podría lastimarlo, ni bien se le cruzaba otro hombre en su camino.Su sobrino tenía buen corazón a pesar de que su vida sentimental, era un desastre. No soportaría una traición. Después, pensó en su otra amiga llamada Débora. Pero su forma de ser con congeniaba con él; no le gustaba leer ni la música clásica. Solo pretendía salir a bailar a lugares de mala fama, donde la música es insoportablemente chabacana y tropical.Alberto odiaba esa música y también bailar. Se sentía ridículo, estúpido.— Hay una chica que me gusta, ahí donde trabajo. — Comentó disimuladamente y Andrea se sobresaltó.— ¡OPS…! ¡No me digas! ¿Desde cuando?— Desde que entré en el hotel… se llama Melisa — contestó tímido.— Te lo tenías guardadito ¿Eh? Mirá el tipo…Me imagino que se llevan bien ahí dentro. — Comentó ella, tratando de llevar una conversación más confianzuda.— Algo así, no sé. No le hablo mucho… pero sé que somos casi parecidos en los que nos gusta.— Tendrías que acercarte más; me parece que se pueden llevar muy bien. Además… tu madre ya no está, ¿no te parece que es hora de que búsques una compañera? — aconsejó ella, mirándolo con picardía.Él quedó pensativo mirando la mesa, tratando de buscar una especie de respuesta en su interior.
“¿Qué estás esperando? Tu madre ya no existe. Está muerta, enterrada, olvidada. No te tortures más, no seas idiota.”
Elevó su cabeza mirando el techo, como tratando de tomar aire. — Tenés razón tía. No puedo seguir estando solo. Ella me hostigó demasiado tiempo, por eso no me atrevo; esta vez si. Definitivamente, voy a buscar una novia y hacer mi vida como ella nunca me dejo hacerla.— Al fin mi querido sobrino… — dijo su parienta, dio la vuelta alrededor de la mesa y lo abrazó fuerte. — Por fin Albertito. — Culminó y volvió a la cocina.— ¿Te acordás de los canelones que te hacía, cuando tu madre no venía a casa y vos te escapabas de la escuela?— ¡Si, claro! ¿Cómo no me voy a acordar? Los mejores canelones que comí en mi vida. — Contestó enternecido.— Entonces hoy comemos canelones, ahora los empiezo a preparar. — Naturalmente el muchacho comprendía que, si por algún motivo no tendría que estar solo, era porque definitivamente a veces la soledad no es buena. Pero para él, estar solo tenía un fuerte motivo.No sabía cual era exactamente; quizás por culpa de su madre. Muchas veces deseaba sentir el calor de una mujer. Sin embargo, ella siempre estaba vigilante. Con sus obsesiones dementes y estrategias psicológicas, para que él nunca se fuera de su lado.La mayor locura desatada, fue aquel día cuando Alberto, conoció una chica que iba a la secundaria. Se llamaba Lucía y nunca en su vida había conocido tan bello ser. Solían hablar mucho de literatura y música, pero los temas que más resaltaban, eran de ocultismo.Alberto manejaba mucha información sobre ese tema, gracias a las reuniones secretas con su tía. Lucía quedaba fascinada con él. Era increíble, como se desenvolvía en el campo de la información esotérica.El problema, surgió el día que él la llevó a visitar a Andrea. Ellos nunca dijeron que fueron, pero un vecino de ella que también conocía a los otros parientes de la bruja blanca, procedieron a comentar las frecuentes visitas que realizaban a escondidas.
— Te lo había dicho miles de veces Alberto. No quiero que veas a esa mujer ¡Nunca me hacés caso! — le gritó ella, con un rostro que intimidaba hasta el peor de los enemigos.— ¿Quién te lo dijo?— No importa eso; acá lo que yo digo se cumple ¿Escuháste bien, pendejo de porquería?— Mamá… dejáme que te explique — intentaba decirle, pero ella lo abofeteó bastante fuerte.— Esa chica NO LA VAS A VOLVER A VER MÁS. Nunca más, ¿escuchás? — gritó la desequilibrada mujer, tratando de arrojarle lo que tenía a mano. — NUNCA, NUNCA.— ¡Basta! ¡Por el amor de Dios! ¡QUE ALGUIEN ME AYUDE! — gritó él con desesperación.Bonifacio no estaba en casa, así que ella tenía la posibilidad de hacerle lo que quería, sin que nadie interfiriese. Eso marcaba un peligro para Alberto. Las posibilidades de que lo hiriese profundamente, eran bastantes altas. — ¡Ustedes están en mi contra!, ¿no? Seguro que quieren hacerme algo con esa bastarda de tu tía. — Gritó la enferma.— ¿Pero qué estás diciendo? — contestó el chico atónito; luego se llevó la mano al rostro y vio que tenía sangre. Ella le había arrojado una estatuilla de porcelana, y no recordaba haberlo hecho.Su furia controlaba sus actos, controlaba su mente. — ¿Por eso te ves con esa chica? Melisa se llama, ya sé quién es. TE PROHÍBO QUE LA VEAS.— ¡Eso si que no mamá! A ELLA NO; LA AMO — gritó él, tratando se taparse la herida.— Lo único que faltaba. Que esa putita quiera llevarse a mi hijo. No querido, vos no te vas con nadie. Sos mi hijo, ¿entendés?— Basta mamá, no podés hacerme esto…— gimió él y comenzó a llorar, — quiero hacer mi vida, te lo ruego ¿Por qué no me dejás vivir como una persona normal?Ella se detuvo, su rostro cambio de una manera sorprendente. Parecía estar en una actitud formal, pero sus palabras eran fuertes y precisas. Decididas.Dio la vuelta y se acercó contra otro mueble. — Mentiras, todas son mentiras… Siempre la mentira, todo falso.— ¿Qué mentira? — preguntó él, mientras seguía mirándose la sangre en su mano.— Ella, quiere convencerte ¿No lo ves? Ella y la otra, quieren hacerme algo a vos y a mí.— No digas idioteces — murmuró él, tratando de que ella calmara su ira. María retrocedió hasta la cocina. — Todas mentiras — replicó con una tonada casi graciosa, irónica y despectiva.— ¿A dónde vas mamá? — preguntó el chico aterrado. Sentía un escalofrío enorme. Algo malo sucedería, estaba seguro. — Mamá… ¿Qué hacés? — Silencio, solo el silencio. Al parecer ella habría recuperado la compostura seguramente.— Mamá… ma… — María salió de pronto, como un demonio con el rostro encendido de una luz averna. Él, espantado y pálido lleno de sudor, pudo notar que en su mano alzada, había un cuchillo enorme.— ¡NO, PARÁ! — gritó con la garganta hecha un nudo.— ¡¡Vos estás de acuerdo con ellas!! — gritó María, tratando de abalanzarse sobre él.— No, no, no — trató de defenderse y se aferró por sus brazos.En el forcejeo, los dos tiraron un par de cosas. La lucha se tornaba confusa; la locura que invadía a María, no parecía ser propia, sino que era una especie de maldición que la estaba afectando. Como si estuviera controlada.— Madre… ma… maá — gimió él, tratando de que la demente no lo apuñalara, — te quiero mamá. No me mates por Dios… Yo te quiero mamá.Sus lágrimas comenzaron a brotar, como manantiales en un gran desierto de incoherencia, dentro de su cerebro quebrado. Esos manantiales que aparecieron milagrosamente, para el sediento viajero de esa locura. Su hijo también comenzaba a llorar más que antes, con la boca temblorosa y lleno de mocos.— Hijo… — balbuceó ella. Su mano tembló y soltó el arma. — Hijo, hijito… perdonáme. — La mujer gimoteó largo rato, abrazándolo con ese amor que se había perdido por un momento de insana corrupción en su alma. — Mamá, te quiero — susurró él y también la abrazó fuerte.

CONTINUARÁ...

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